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15.02.2016 Críticas  
La coreografía de la cotidianidad

El trabajo dramatúrgico de la canadiense Jennifer Tremblay llega por primera vez a nuestra cartelera. El Teatre Lliure programa hasta el próximo veintiuno de febrero la que es la primera de una trilogía de obras.

Dirigida por Allegra Fulton, actriz que la interpretó en el montaje original, LA LLISTA supone un verdadero reto para Laia Marull, que aquí defiende su primer monólogo. La actriz toma el relevo a su compañera Clara Segura, que hace apenas dos meses finalizaba las funciones de “Conillet” en esta misma sala. Dos espectáculos unipersonales interpretados por mujeres coetáneas que, a pesar de su similitud formal, trazan un itinerario emocional muy distinto.

Resulta algo complicado delimitar un argumento donde poder explicar las muchas virtudes de este montaje, a pesar de poseer una premisa muy clara. Una mujer, anónima pero concreta, nos explicará qué no ha pasado (qué no ha cumplido de su lista de asuntos pendientes) para evitar la muerte mezquina de Caroline, su vecina. A medida que el espectáculo avance, así como la lista, el tono del discurso derivará hacia la expiación y la purga. La autoinmolación. Así mismo la interpretación de Laia Marull, que empezando in media res conseguirá si no la empatía del espectador, sí su atónito cortejo durante los setenta minutos que dura la representación.

El principal atractivo del texto de Tremblay es el desarrollo del relato en forma de lista. Y el relato es el mundo interior de la protagonista. La trama, su reconstrucción a partir del retorno a lo esencial de su propia identidad, de su universo. La traducción de Cristina Genebeat ha mantenido tanto el tono poético como la estructura de frases cortas. Esta particularidad facilita para el espectador que la travesía a través del remordimiento de esta mujer llegue a buen puerto, es decir que entendamos su porqué. Fulton potencia la fisicidad en la interpretación de Marull, que en los momentos más comprometidos convierte lo que podría haberse quedado en una enumeración estática, en una performance compulsiva, en una coreografía devastadora del psicoanálisis freudiano. Es decir, en el análisis de las frustraciones de la protagonista a través del discurso inconsciente que ella misma realiza de su día a día. Inconsciente pero en voz alta, rompiendo la cuarta pared ante un público que parecerá convidado de piedra a una función mucho más penetrable y porosa de lo que parece en un primer momento.

Y Laia Marull es la principal responsable de que esto suceda. Si su comunicación no verbal nos transmite toda la aflicción y desconsuelo de su personaje, la expresividad de su dicción y su adecuación al texto es insuperable. Con un estilo profundo y personal la actriz articula cada sílaba, cada palabra de su lista, evitando en todo momento la declamación formal del lenguaje estándar. Su voz se modula al descompás del pensamiento de la mujer que interpreta, articulando cada vocablo de un modo espontáneo pero temperamental. El mayor éxito de su trabajo radica precisamente en que, sin buscar nuestra empatía más explícita, nos acompañará y guiará por ese torbellino emocional en el que finalmente nos sumergiremos. La actriz conseguirá que superemos el rechazo inicial que nos provoca la condena implícita a la inmunidad que nos concedemos a nosotros mismos cuando decidimos obviar la realidad más inmediata y mirar hacia otro lado. Excelente verbalización de lo inconsciente.

La interpretación es potenciada por la caja de resonancia que construye el espacio sonoro de Mar Orfila. De un modo plenamente integrado en el monólogo escucharemos el eco, el silencio (y el sonido de una cuchara al golpear un recipiente de vidrio) de un modo leve pero persistente y constante. Esta característica permite asimilar nuestro campo auditivo al de la protagonista propiciando una relación personaje-espectador prácticamente vampírica.

Finalmente, la combinación de la escenografía de Jose Novoa (sobre la que se proyectará el trabajo videográfico de Ramon Balagué y Kitiara Ferran) con la iluminación de Mingo Albir, nos sitúa constantemente dentro y fuera de la mente de la protagonista. Un decorado en forma de lista sobre el que se moverá esta mujer a la vez que deambulará por su propia estructura mental jugando con las dimensiones de la figuración escénica. Increíble evocación a los dos lados del espejo por los que Lewis Carroll hizo cruzar a su Alicia. Las proyecciones servirán también para delimitar las escenas y proyectar sus títulos, sinónimos de los distintos estados de ánimo de la protagonista en cada momento.

LA LLISTA es, pues, un texto que merece ser escuchado. Una propuesta que se puede ver en el Espai Lliure (Montjuïc) hasta el próximo día veintiuno, tras prorrogar una semana sobre la fecha inicial prevista. No todos los días nos encontramos con un texto dirigido, traducido y, obviamente, interpretado por tres actrices distintas con un resultado tan innovador en el formato y uso de la palabra como en esta ocasión. Sin duda, un espectáculo insólito e irreemplazable.

Crítica realizada por Fernando Solla

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