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01.02.2016 Críticas  
El desventurado OTELLO y la piadosa Desdemona

El Gran Teatre del Liceu acoge estos días la producción del OTELLO de Giuseppe Verdi que la Deutsche Oper Berlin estrenó el pasado 2013. Para la ocasión, el director de escena Andreas Kriegenburg ha trasladado la acción del Chipre del siglo XV original a un campo de refugiados de nuestro tiempo.

Así mismo, el director ha querido subrayar con su puesta en escena la supeditación del conflicto amoroso ante el contexto bélico. Una decisión que apoya el enfoque con el que Verdi y el libretista Arrigo Boito quisieron plasmar las características principales de sus protagonistas. El beligerante Otello frente a la compasiva Desdemona y, en medio, un Jago convertido en la nihilista personificación del mal, ajeno al dolor que provocan sus actos y amoral en la culminación de sus propósitos.

Aunque coherente, esta decisión resulta arriesgada. La escenografía de Harald Thor para el primer y el tercer acto acentúa la frontalidad del drama colocando a los protagonistas frente al público y ante una estructura inmensa que representa los minúsculos compartimentos del coro de refugiados. A su vez, la iluminación de Stefan Bolliger expulsa a la pareja protagonista de cualquier rincón íntimo o reservado mostrando a plena luz su enfrentamiento ante los ojos de todo el mundo. En último lugar, el vestuario de Andrea Schraad refleja el rango militar de los contendientes, así como la pobreza de los conciudadanos, sin querer abandonar en ningún momento un discreto segundo plano y adecuándose a las directrices generales de Kriegenburg.

En la función del pasado 29 de enero el reparto lo encabezaron el tenor José Cura, el barítono Marco Vratogna y la soprano Ermonela Jaho como Otello, Jago y Desdémona, respectivamente. Los tres sortearon las dificultades interpretativas de la puesta en escena y consiguieron mostrar la convivencia entre música y drama con la que el ilustre compositor hilvanó sus obras, especialmente las de madurez. Lirismo y verismo a partes iguales. El trío es capaz de demostrar con su ademán la dureza y aparente frialdad con que la puesta en escena les obliga a actuar ante el pueblo, combinando el gesto con la suavidad, sutileza y ductilidad de su voz de manera siempre adecuada y precisa. Sobresaliente la soprano en su lamento fútil “A terra! sì, nel livido fango y en Piangea cantando nell’erma landa”, en los dos últimos actos de la ópera.

La dirección musical de Philippe Aiguin así como la labor de la Orquesta Sinfónica, el Cor del Gran Teatre del Liceu (dirigido por Conxita Garcia) y el Cor Infantil Amics de la Unió de Granollers (bajo la batuta de Josep Vila Jover) son cómplices indispensables para que esto suceda. A destacar en este apartado el Fuoco di gioia! inicial loando las azañas de Otello en el campo de batalla y el Quell’innocente un fremito d’odio non ha nè un gesto que cierra el tercer acto, donde tanto protagonistas como coro y orquesta consiguen uno de los momentos más sobrecogedores de la velada.

Lo único que me dificulta el desarrollo de la ópera, es la puesta en escena. Es cierto que sólo con la subida de telón inicial nos podemos construir una idea vívida del planteamiento de Kriegenburg. Una imagen que sitúa a los personajes de Shakespeare, así como a la propuesta de Verdi, en la actualidad más absoluta. A pesar de esto, la disposición espacial de escenografía e intérpretes (con el coro siempre presente en escena, a excepción del segundo y cuarto acto) difumina la verosimilitud de las situaciones, desconcertando al espectador, que nunca sabrá si está escuchando una confidencia o una confesión ante un jurado popular. Lo progresión entre música y drama que Verdi pretendió con su composición queda aquí algo reducida a escenas o cuadros algo inconexos, así como la evolución de los personajes.

Finalmente, es destacable la elección de este OTELLO dentro de la programación del Gran Teatre del Liceu por la contemporaneidad de la puesta en escena, en primer lugar, pero también por la vigencia de su contenido y forma. A día de hoy, sigue siendo fascinante el díptico Shakespeare – Verdi. Lo que para el primero era un conflicto racial y amoroso, el segundo lo convirtió en un catalizador de la venganza a través de los celos. A día de hoy, racismo, xenofobia, integrismo, diferencia entre clases y sexos son conceptos a los que nos enfrentamos continuamente, algo que Andreas Kriegenburg ha sabido plasmar expresivamente con esta propuesta.

Crítica realizada por Fernando Solla

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