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15.12.2015 Críticas  
Un pequeño viaje por la historia reciente de la magia

El Mag Lari ha vuelto. En su anterior espectáculo, “Splenda”, combinó dos de sus pasiones (la magia y Michael Jackson) para ofrecernos un repertorio de números, llenos de coreografías como es habitual en él, y dedicados al desaparecido rey del pop. El ilusionista ha cambiado totalmente para ofrecernos una experiencia distinta, pero igualmente mágica: OZOM.

OZOM comienza como lo que esperamos en un show de Lari: luces, humo, coreografías y un Mag Lari en su habitual papel de anfitrión dominante, seductor, elegante pero irónico, un tanto burlón, y que aterroriza al público que ya lo conoce con la posibilidad de que le toque salir a ser víctima de uno de sus números. En este plano, el de “show del Mag Lari”, el espectáculo es poco original. Excepto por un número de adivinación original, el resto de juegos que presenta son pequeñas variaciones de lo mismo: apariciones y desapariciones en grandes cajas de magia, de apariencia más o menos peligrosa, portagonizadas por él y por sus ayudantes.

Queremos disipar rapidamente, sin embargo, la posible idea de que OZOM es un espectáculo aburrido: nada más lejos de la realidad. Pronto, el Mag Lari nos presenta el auténtico núcleo del show: esta vez no ha venido sólo, sino que le acompañan otros cuatro magos, muy diferentes entre sí y de él mismo en estilo y apariencia, que nos ofreceran su repertorio y sus acercamientos particulares al ilusionismo. Ellos son Gin Clark, llegado de Las Vegas, el padre Wenceslao Padró, el poético Cirici Pasqual (confinado a su silla de ruedas) y el oscuro Goretti.

¿No os suena ninguno? No es extraño, ya que no existen: Clark, Padró, Pasqual y Goretti son identidades que asume el propio Lari, de manera fantástica y con rapidez fregolística. Esta faceta como actor del mago no es habitual, y hay que aplaudir lo bien que encarna a cada uno de los prestidigitadores, llegando el público a ratos a dudar si se trata realmente de él. Porque aunque los cuatro magos no existan, cada uno es una versión ligeramente retorcida pero reconocible de otro auténtico: Doug Henning, que triunfo en Las Vegas en los 70 y llegó a tener dos musicales mágicos en Broadway; el sacerdote Wenceslao Ciuró, pionero de la divulgación mágica desde los 50; Fructuós Canonge, mago catalán de finales del XIX, y una combinación entre el provocativo Criss Angel y Marilyn Manson.

Josep Maria Lari dirige el espectáculo junto a David Pintó, y hay que reconocer su buen trabajo en un terreno teatral nuevo para él pero del que sale triunfador; incluso si ello es a costa de su lucimiento como “Mag Lari” (una humildad que le honra), lo que al final consigue hacerle aún más grande, más completo y más original. Algo totalmente coherente con el camino que inició en 2002 con “Estrellas de la magia” y que le mereció el premio de la Fira de Tàrrega.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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