“Lo de Aitana (Sánchez-Gijón) es un Vietnam”. Esa frase, escuchada de la boca de un miembro de la producción MEDEA sentada en la mesa contigua a la mía en el Restaurant del Lliure, es el resumen más acertado de la obra que se representa el 3, 4 y 6 de Diciembre en el Teatre Lliure de Montjuic.
Aitana Sánchez-Gijón en el rol de madre sufridora (y matricida), esposa repudiada y bruja vengativa, se ha ganado un par de minutos de aplausos por parte de un público que ha visto una obra que puede no ser del gusto de todos los paladares. No es un teatro fácil (como no lo es el mal llamado teatro contemporáneo). Es más, su digestión es lenta, pesada y dura, como dura es la venganza de la desdichada Medea sobre Jasón y su nueva familia política.
En una platea a rebosar (con el «Just like a woman» de Bob Dylan de fondo musical; ¡qué gran elección para la obra que nos ocupa!) se notaba la expectación que se siente en los grandes momentos. Pero cuando esperas mucho, sobre todo después de los premios otorgados y de las grandes críticas a favor, ese mucho se termina convirtiendo en demasiado y jamás se alcanzan dichas expectativas. Excepto Aitana, ella sí.
Se apagan las luces y lo primero que escuchamos es un lamento (¿seguro?) gutural que viene de la última fila de asientos, seguido de un resumen atropellado de la creación del mundo y del panteón de dioses griegos hasta llegar al nacimiento de la propia Medea. Todo a cargo de Andrés Lima, escritor y director de la obra. Curioso el tema de Andrés Lima que en su afán de lucirse, reducir costes o váyaustedasaberqué, interpreta a tres personajes (el narrador Corifeo, Jasón y el rey Creonte) a quienes solo distinguimos porque llevan una chaqueta u otra (o ninguna) y, cuya entonación y lenguaje gestual es siempre el mismo sea cual sea el rol que le ocupe. Por lo menos se toma la molestia de presentarse en cada aparición para que nos aseguremos de saber quién es.
Medea-Aitana o Aitana-Medea, no importa en qué orden porque la una lleva la impronta de la otra marcada a fuego y nos acordaremos de una al nombrar a la otra (a la sombra de Callas, eso sí), baja las escaleras, sube al auster(ísim)o escenario y maldice a su esposo Jasón, el cual la ha abandonado por Glauce, la hija del rey que les asila, y con quién en ese mismo instante está contrayendo matrimonio, que solo medio escuchamos e intuimos por unas enormes siluetas que reflejan los focos sobre un fondo ovalado con colgajos de tiras negras en un claro homenaje a los antiguos teatros atenienses. Y ahí nos encontramos, in media res, sin saber por qué les prestan asilo, porqué la repudian y porqué la mandan al exilio. Aunque más adelante resolveremos estos interrogantes, y muchos más se quedaran sin respuesta, sobre todo en lo concerniente al pasado en común de Medea y su (aunque ella no lo quiera reconocer) ya ex-esposo Jasón. Un espectador sin información adicional puede sentirse perdido entre la maraña de nombres y situaciones que se comentan pero no se terminan de explicar. Es uno de los males que tiene representar una obra de un solo acto.
Tras monólogos interiores y exteriores, discusiones con Jasón y el rey Creonte, y un par de interludios musicales (hermosos sí, innecesarios también), Medea-Aitana (o viceversa) toma una decisión: tornar el amor en venganza. Una venganza inversamente proporcional al amor que siente por Jasón al que, tras una ceremonia de brujería en la cual semidesnuda, enfangada y llena de plumas, le quita lo que más quiere: sus hijos. Uno muerto a golpes y el otro colgado y lanzado al suelo. Y quemando vivos (fuera del escenario) a Creonte y Glauce; para finalmente volver a la oscuridad de la que ha venido.
Sí, Aitana Sánchez-Gijón, doña Aitana Sánchez-Gijón mejor dicho, está inmensa con su voz venida del averno, sus frases entrecortadas, sus momentos atropellados, su fuerza, su bipolaridad y su energía inabordable, inabarcable e incansable es el único y gran sostén de una obra irregular con una actuación memorable. “Lo de Aitana es un Vietnam”, ¡Ah, cuánta razón tenía!
Parafraseando a Michael Herr en la novela definitiva sobre la guerra: “Vietnam. Vietnam. Vientam. Todos estuvimos allí. ¡Ah, cuánta razón tenía!
Crítica realizada por Manel Sanchez