Nunca es tarde para darle una oportunidad al clásico de Antoine de Saint-Exupéry y menos cuando a pesar de que muchos la puedan considerar una obra infantil, se disfruta y sobre todo se comprende mejor con el paso de los años.
No seré yo ahora el que les haga descubrir la obra literaria EL PRINCIPITO. Si les digo las palabras aviador, zorro, rosa, volcán, sabrán perfectamente a que me refiero, por lo que directamente me voy a ahorrar la presentación. Y si aún no se han leído uno de los libro más conocidos y vendidos de la historia dejen de leer ahora mismo esta crítica, vayan a la biblioteca o a una librería, disfrútenlo y luego vuelvan.
El bailarín y coreógrafo José Tirado nos presenta EL PRINCIPITO en el Teatro Cofidis Alcázar en una adaptación diferente a las anteriormente vistas, bastante fiel al relato pero encontrándonos con una puesta en escena que es todo un acierto, mezclando expresiones artísticas como danza, música, teatro y audiovisuales.
La forma de narrarnos la historia es lo que hace de esta representación algo especial. La viviremos a través de los diferentes números de baile (mención especial al baile del principito con la rosa) pero siempre guiados gracias a la indispensable narración del único personaje que habla, al aviador. Esto tiene sus pros y sus contras y es que aunque la adaptación esté claramente orientada a los más pequeños de la casa, quizá se puedan perder un poco en la historia si no están lo suficientemente atentos.
A pesar de una sencilla escenografía, compuesta básicamente por una silla y un pequeño avión, cabe destacar la pantalla situada al fondo del escenario cuyas proyecciones nos harán disfrutar de nuevo de las maravillosas ilustraciones originales del relato y los diversos planetas y paisajes que visita el principito.
Ahora que la época de pasar el día en los parques se acaba, olvídense de pasar el día entero en un centro comercial. Saquen un billete para viajar de nuevo a la infancia durante una hora y acompañar a los más pequeños por esta mágica historia, conociendo a personajes de lo más variopinto o aprender que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Crítica realizada por Sylvia Nuñez
