La versión en concierto de el FANTASMA DE LA ÓPERA corresponde a una humilde propuesta, en la que la ilusión desbordada prevalece ante fallos técnicos y de producción.
Desde hace años ya, la Gran Vía madrileña se ha convertido en referente del teatro musical en España, cualquier gran producción que se precie tiene que desembarcar en la variopinta Gran Vía madrileña, hablamos de grandes producciones, de esas que atraen cantidades de espectadores, dispuestos a amortizar el elevado precio de algunas localidades. Afortunadamente en la ciudad hay circuitos de teatro más pequeño, donde se crean y se paladean a gusto musicales de pequeño formato y de una calidad admirable.
Pero volvamos a la Gran Vía, a las marquesinas centelleantes, volvamos al FANTASMA DE LA ÓPERA, musical de musicales, una marca en sí mismo, una partitura legendaria ya, con admiradores y detractores a partes iguales y con una historia que llega a rozar el romanticismo mas kitsch.
Programar el FANTASMA DE LA ÓPERA en uno de los teatros más grandes de la Gran Vía despierta expectativas y se presupone una producción a la altura del nombre. Cierto es que lo que se programa estos días en el Compac Gran Vía no es una representación del musical, es su versión en concierto, queriendo recrear el concierto celebrado en el Royal Albert Hall londinense, con motivo del veinticinco aniversario del estreno del celebrado espectáculo.
La idea de recrear el musical en formato concierto, con una gran orquesta sinfónica es más que acertada. Las conocidísimas melodías interpretadas por más de ochenta músicos en el escenario, consiguen erizar el vello en más de un momento. Acompañados por unas voces correctas, que a pesar de algún fallo de micrófonos, ponen toda la carne en el asador, y que recrean la de sobras conocida historia, interpretando las canciones de la obra con una calidad respetable.
A destacar en el apartado voces, a Talía del Val, sobre la que recae la responsabilidad de interpretar a la frágil Cristine, y que consigue los momentos más álgidos del concierto.
Ahora bien, si la propuesta es un concierto, quizá debería quedarse en eso, un concierto, en el que el peso recayera únicamente en la música en directo y la calidad vocal de los cantantes. El vestuario ayuda a contar la historia y hasta ahí todo bien, pero todo el aparejo escénico que acompaña a esta propuesta, a mí se me antoja innecesario y totalmente prescindible. Montar un musical de grandes dimensiones conlleva una precisión y una producción de costes inasumibles por compañías más modestas. La producción que lleva este concierto a la Gran Vía es pequeña pero cargada de ilusión y esfuerzo, pero en el afán de recrear un espectáculo colosal como es el FANTASMA DE LA ÓPERA han querido reencarnar en exceso algo para lo que quizá les falten medios humanos y técnicos.
No es necesario todo ese movimiento de escenografía, tampoco es necesario que haya más de cien personas en el escenario, provocando sensación de agobio entre ellos, por lo reducido del espacio en el que moverse. Desluce la intención, ver constantemente tramoyistas entre los cantantes emocionados.
Ni mucho menos pretendo con estos comentarios desanimar a nadie, vaya por delante mi absoluta admiración, mi más profundo respeto y mi agradecimiento a ese grupo de personas que con un esfuerzo e ilusión admirables han puesto en pie un concierto de tales dimensiones.
La propuesta es admirable, si bien debería pasarse por un filtro y limpiar de la escena varios detalles que queriendo realzar la obra, la deslucen. Tenemos una orquesta sinfónica, unas voces admirables, unas canciones preciosas y un teatro de la Gran Vía, no nos hace falta más, dejemos que eso luzca con luz propia y prescindamos de accesorios que estorban.
Aun así la ilusión, la modestia y el cariño que se percibe desde el patio de butacas hacen más que recomendable ir a disfrutar de las melodías de uno de los musicales por antonomasia.
Crítica realizada por Moises C. Alabau
