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10.08.2015 Críticas  
La caída de Allende, en prime time

Salvador Allende, al no rendirse ante sus enemigos e insistir en una utopía para la que Chile no estaba preparada, arrastró al país a 17 años de sangrante dictadura. Pero pudo evitarse, si el presidente hubiera seguido las instrucciones de un moderno equipo de ministros, representantes de la izquierda y derecha actuales… que hubieran hecho todo más “cool” y adecuado al “target” deseable.

Ese es, en apariencia, el planteamiento transgresor de LA IMAGINACIÓN DEL FUTURO que pudo verse durante el Festival Grec de Barcelona en el Teatre Lliure.

Uno se siente incómodo ante mucho de lo que ocurre en escena y fuera de ella durante los minutos que dura la obra. Porque la joven compañía La Re-Sentida, por supuesto, chilena, da la impresión de culpar a la víctima de las reprobables acciones de sus verdugos. Y es que juegan a incomodar al espectador: con una verborrea agresiva que, en una escena de paroxismo inducido por las drogas puede insultar a importantes líderes políticos (de todo signo) acusándoles de graves depravaciones. Simulando un sincero acto benéfico, que lleva a algunos espectadores incluso a donar dinero para ayudar a un joven, y que conduce a una entregada proselitista a desnudarse por la causa. Banalizando lo importante (Allende en chándal) y exaltando lo temporal (la playa).

Sí, ofender, remover los sentimientos, poner en duda los tabúes y lo que damos por supuesto, son factores activos de la propuesta. Pero hay algo más que epatar, algo que resulta menos evidente: y es que esta obra sobre Allende no es una obra sobre Allende, ni sobre su momento y lo que vino inmediatamente después con Pinochet (al que no se nombra en toda la obra). LA IMAGINACIÓN DEL FUTURO es una obra que habla de la sociedad chilena de hoy. De sus divisiones, sus heridas aún no cicatrizadas, su falta de seguridad en su pasado, su autoflagelación por lo que podría haberse evitado, por el tiempo perdido. De la generación actual, que ha crecido con la imagen de unos sacrosantos líderes del bien que fueron traicionados por el mal, pero que quizás hoy sólo quiere ser una nación más del primer mundo, industrializado, consumista y estético, que no quiere seguir luchando por aquello que se perdió, que no acaba de entender si aquella lucha era la suya, si tiene una responsabilidad o si la quiere.

Detrás de la provocación, Marco Layera dirige a ocho intérpretes, casi todos jóvenes, que se dejan la piel en escena, que al acabar la función están agotados física y emocionalmente. Ocho actores y actrices a caballo entre el clown, el punk y el hiperrealismo, entre el teatro político y el reggaeton; a partes iguales Lliure, Comediants y Joglars, por así decirlo. Hay un interesante y profundo trabajo de reflexión que no se ve directamente resuelto en la pieza, sino que es el fundamento de la misma. Pide esfuerzo del espectador, al que respeta pero tiene a la vez como su objetivo vital.

El resultado es ambicioso y no apto para todos los paladares. Pero a quien esté dispuesto a dejarse alcanzar y a ir más allá de lo que parece y de las convenciones teatrales, puede premiarle con un discurso complejo y sabroso. Sabor amargo, tal vez, pero bien cocinado.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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