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01.04.2015 Críticas  
Sueños y pesadillas de dos perdedores

Un encuentro fortuíto en un discreto bar de barrio, pone en contacto a dos personajes aparentemente distintas: uno, un violento boxeador callejero, muy peligroso cuando pierde el control. El otro, un individuo más cercano al espectador, que quizás atraviesa una mala racha. Pero las apariencias a veces engañan.

Escrita y dirigida por Paul Berrondo, la obra está en manos de dos únicos actores, Borja Espinosa y Joel Minguet, que afrontan con maestría la labor de desarrollar sus personajes y toda la historia, absolutamente desprovistos de escenografía. Son ellos y el texto, sus personajes y su montaña rusa de emociones, los que se muestran desnudos frente al espectador, que a lo largo de la noche se encuentra tragedia y comedia, drama y melodrama, violencia y ternura. E incertidumbre por el destino final de dos hombres que tiene muchos demonios a los que enfrentarse, pero que podrían atreverse a soñar.

El trabajo de la pareja protagonista es realmente complicado, alternando emociones e intensidades que los redefinen a nuestros ojos y que les van dotando de una profundidad cada vez más interesantes. Son dos perdedores, pero no son quienes creemos al principio. Nuestra preconcepción de sus personalidades, de su lugar en el mundo, es un elemento más que se verá contestado y zarandeado por lo que presenciaremos.

Cabe destacar también la asesoría de iluminación de Iñaki Moreno, ya que la luz juega un papel importante a la hora de marcar el paso del tiempo. Es en esos momentos en los que la noche avanza o el día llega cuando suceden algunas de las escenas más importantes de la obra. Ante la ausencia de otros recursos formales que vistan el escenario, la luz cobra relevancia para arropar a los personajes, vestir sus emociones e incluso presentar sus anhelos con una sutil poesía. De igual manera, el director ha tenido una delicadeza y elegancia admirables a la hora de presentar algunas situaciones que podrían haberse mostrado con más crudeza, y el resultado suma encanto a la obra.

El programa “Off Side” del Romea comenzó como una oportunidad para presentar propuestas que, de una forma u otra, salieran del escenario del teatro. En este caso, WAIKIKI HONOLULU se queda en el proscenio y en una pequeña plataforma ante él, jugando poco con otros espacios del local, pero el pequeño formato y la proximidad con los espectadores siguen recomendándola para el programa.

WAIKIKI HONOLULU toma su nombre de un cóctel al que un personaje hace referencia en un momento concreto: no es un elemento esencial del argumento, pero cómo el cóctel, combina elementos para producir algo nuevo, distinto, y que puede dejar un sabor amargo. Es, sin embargo, un riesgo que merece la pena: brindamos por ella.

Crítica realizada por Marcos Muñoz.

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