Tras varias sesiones de ensayos abiertos en exlímite, José Juan Rodríguez estrena en el Teatro del Barrio de Madrid Leyenda del espacio. Un solo donde se dirige, interpreta y se hace mirar por la audiencia.
Un hombre solo. Un hombre solo en el espacio. Un hombre solo en el espacio llenando el vacío. Un vacío que llena y está lleno de mi, de él y de todas las que allí estamos. Llenando el vacío y siendo parte de ese espacio. José Juan Rodríguez (desde ya, sin vuestras disculpas, Jota) cobra conciencia de si y de él, ese otro que al que habla y le habla y al que se dirige y le busca en ese espacio sin que sepamos si llega a verle o no, pero estar, está.
Yo estoy, y acompaño a Jota en el paseo por el cementerio, y Pablo y Paula también están y le acompañan; le acompañamos en ese devenir por el espacio, en bicicleta o a pie, en el que Jota se mueve, y culebrea y se arrastra y suda. Y estar está, aunque por cuánto tiempo no lo sepamos porque él se limita a decir lo que está escrito, ha hacer lo que le/se ha dicho que debe hacer. Y ese ser estando ahí, es Leyenda del espacio, una reflexión ensimismada sobre el qué y el con quién.
Jota juega a estar solo y en este juego escénico llena todo el espacio, espacio que ya llenaba, aún compartido, en ese otro juguete que fue Cuerpo de baile en los Teatros de Canal, o en esa certeza de saberse El Mesías que era su Juan en La voluntad de creer de Pablo Messiez. Jota relata la muerte de un ciclista en esta Leyenda del espacio, de quién seguiré las huellas de su paso allá donde sea que me quiera llevar. Morir para renacer en esta nueva forma, o este nuevo formato.
Leyenda del espacio plantea todas las reflexiones que me abordan justo antes de que me haga efecto el Lormetazepam por la noches: el desde dónde, el para quién, el dónde caeré muerto si nada soy y nada tengo. Con quién, ya lo se, porque él llena el vacío que hay junto a mi, o detrás de mi, aunque no esté. Por todos los Jota que me queden, y todos los Jota que él quiera ser y será.
Crítica realizada por Ismael Lomana