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24.05.2023 Críticas  
El Fénix de los Ingenios revive en Barcelona

Tras años de hacerse de rogar, volvemos a poder ver obras de Lope de Vega en Barcelona. Si hace un año Lluís Homar rescataba con la Compañía Nacional de Teatro Clásico Lo fingido verdadero, esta vez lleva las riendas de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico para ofrecer, en el Teatre Romea, La discreta enamorada.

Aquello de «Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados» se puede aplicar tanto a Don Lope de Vega (que, a fuerza ahorcan, tuvo que batir récords de dramaturgia para ganarse la vida), como a la nueva promoción de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico (la sexta) que ahora nos presenta este clásico de 1606.

La obra que llega a Barcelona está dirigida por Lluís Homar, que se presenta también sobre las tablas en el personaje del Capitán Bernardo, detonante de la trama. En ambos roles brilla su experiencia, refrescando sin alterarlo el material original. Hablaremos más adelante, si acaso, de los cambios y añadidos estéticos, pero valga de entrada la confirmación de que este montaje de La discreta enamorada puede haberse modernizado en lo visual y en lo musical, pero respeta al máximo cada verso del «monstruo de la naturaleza», como lo apodara Cervantes, y el castellano de la época.

Lidera como Fenisa, la titular «discreta enamorada», Nora Hernández (alternando con Ania Hernández), que expresa con plenitud las líneas directrices de su personaje: el deseo y la astucia. La actriz consigue aprovechar los matices que le proponía Lope y sabe llevarlos a una fisicidad atractiva, dinámica y actual, explorando la complejidad de su personaje. La obra entera puede verse como una comedia de enredos donde los deseos y las argucias de todos los personajes complican lo que las conversaciones francas y sinceras evitarían, pero que el orgullo y el honor impiden. Pues no hay astucia que no acabe enredada en la madeja de imprevistos que se desatan cuando se juega con los corazones, incluso si es con la mejor de las intenciones. En ese sentido, las adversidades a las que se enfrentan todos revela sus debilidades y fortalezas ocultas, resultando cada uno más interesante que el simple tipo que parecen ser de entrada.

Persiguen a la discreta el anciano Bernardo y su hijo Lucindo, Felipe Muñoz (en otras funciones, Antonio Hernández Fimia), solidos y divertidos en las manos que les hacen bailar, que puede parecer son las de las mujeres que persiguen, pero que son en exacta igual medida las de sus propios deseos. Otras tres interpretaciones destacables: Belisa (Montse Diez, otra veterana), la madre de Fenisa, recta viuda que protege la virtud y el futuro de su hija, pero que también tiene deseos propios; Gerarda (Míriam Queba/Cristina García), mujer libre a quien persigue al principio Lucindo pero que lo desdeña para ponerlo celoso; y Hernando (Pascual Laborda, entre otros), el despierto criado de Lucindo. Todos ellos fantásticos en la presentación eminentemente clásica de los personajes, pero con un punto de vista significativamente moderno en la dicción y en la frescura de los personajes.

La escenografía de armazones, transparencias y escenarios dentro de escenarios que diseña Jose Novoa, apoyada por la presencia en escena de una docena de técnicos de la obra, sirven para no hacernos olvidar que esto es teatro, pero sin quedarse en una mera ruptura de la cuarta pared: también nos recuerdan que el teatro es la vida.

Por su parte, el vestuario de Deborah Macías dialoga con la música de Marc Servera, en ambos casos hay un tira y afloja que nos situa en el siglo de Oro y al mismo tiempo en el nuestro, una estética visual y sonora en la que el crop top sustituye al justillo, y un ritmo caribeño o un ritmo techno desatado pueden pintar los sentimientos entre actos, ese espacio liminar fuera de las convenciones. En el vestuario, funciona al cien por cien, ya que hay una fusión entre tiempos; en cuanto a la selección musical, son quizás estos ritmos lo que más nos saca puntualmente de la ficción del Madrid que estamos viendo, quizás porque irrumpen con más independencia en el conjunto. No dudo que añaden también un punto de juventud y frescura al clásico, pero tampoco son tan modernos como para encajarlos del todo con el espíritu joven de la compañía; quizás el que menos choca, curiosamente, sea el único en catalán, el «Vestida de nit» de Sílvia Pérez Cruz. Pero en contraposición, el número inicial casi nos hace pensar que estamos asistiendo a un Rent by Lope, cuando al arrancar la trama ya vemos que las proporciones no son exactamente esas, y que el Fénix manda.

Sea como fuere, La discreta enamorada de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico es una propuesta muy interesante, que aprovecha la experiencia pero se arriesga a eplorar otros caminos (incluso si no siempre funciona del todo), que nos presenta a una serie de talentos de los que vamos a estar hablando años y que revive y revitaliza a Lope de Vega en los escenarios de Barcelona.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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