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02.05.2023 Críticas  
Mujer bruja

Tres únicas fechas está programada la adaptación de la novela de Ariana Harwicz, Matate amor, en los Teatros del Canal de Madrid: locura, hartazgo, maternidad y deseo son los pilares de este monólogo interpretado por Érica Rivas, dirigida por Marilú Marini.

Ella, extranjera en tierra extraña, que cambió el vino rouge y los croissants por el asado y las masitas, observa su vida extraña, un cuerpo extraño que gestó en ella, y a su Dorima, con el calzón bajado y sus amables reproches. Desde la cercana protección del bosque con el que limita su casa, parapetada tras las ramas planea su ataque contra su familia nuclear, cuchillo en mano.

La escenografía de Coca Oderigo nos ubica en ese bosque con hojarasca otoñal, un trono de madera y el atril hecho con un haz de leña donde la Reina Bruja apoyará su libro de pociones contra la infelicidad y la monotonía. El conjuro que nos relatará es su vida presente y futura, siendo el único atisbo de pasado una caja de madera y el hatillo con el que escapa al bosque. Todo lo que dejó atrás quizás es la repetición de todo lo que está viviendo.

La fortaleza de esta mujer que intenta escapar de ser quemada en esa hoguera que ella se ha ido preparando rama a rama y que puede llegar a prender solo con el fuego de un pestañeo a ese vecino sobre dos ruedas que la embiste con la fuerza de ese ciervo en cuyas pupilas puede ver su futuro. Un futuro primario, abandonado de si, a la intemperie, en el que las convenciones sociales y lo racional no tienen cabida y ella pueda moverse por instinto, y sacrificar a su perro sin ser juzgada, y matar a su hijo en la pileta sin ser acusada, y donde pueda cogerse a Marido para acabar lo que con sus dedos comenzó.

Matate amor es la defensa de una bruja ante la mirada juiciosa de su entorno, un ejercicio preciso de libre pensamiento en el que la propia autora ha colaborado en la adaptación a la escena, y donde yo no entré en absoluto en la propuesta. Lo apuntes de la directora desde la platea, que a la fila 12 no llegaban, las acotaciones a la ingeniera de sonido a través de la sala, y un espacio inmenso que cubrir en el escenario de la sala Verde, que solo la poesía y el onirismo de la novela podían llenar (el constante humo hacia ninguna parte que se proyectaba hacia la nada en la parte derecha del escenario asemejaba una fuga de genialidad) y que el esfuerzo de Érica Rivas, y compromiso con el personaje no me fueron suficientes para atraer a esta ceremonia de inmolación que es este montaje.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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