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07.03.2023 Críticas  
Retrato de un retratista

De escritor y pensador a personaje escénico. Ese es el mutis que se marca Don Ramón María del Valle-Inclán en el Teatro Español de Madrid. Un monólogo en el que Xavier Albertí parte de una semblanza de Ramón Gómez de la Serna y que Pedro Casablanc convierte en una clase magistral de personalidad y literatura, de interpretación y saber hacer dramatúrgico.

Hay que ser muy bueno para sostener un texto en el que tú eres la única voz sobre las tablas. Pedro Casablanc lo es y por eso los 75 minutos de esta función se hacen amenos y divertidos, ligeros y fluidos. Tratan sobre lo literario, lo social y lo histórico de la España de finales del XIX y principios del XX, pero sin despegarse en ningún momento de la biografía, el carácter y la visión de su retratado. Don Ramón María del Valle-Inclán, alter ego del Marqués de Bradomín, tipo peculiar y autor sagaz, agudo, irónico y certero, inventor del esperpento. Una figura que Xavier Albertí moldea a partir de lo que otro ilustre de nuestras letras, Ramón Gómez de la Serna, escribió sobre él en Retratos contemporáneos, obra que vio la luz años después de la muerte del gallego, acaecida en La Coruña en enero de 1936.

La propuesta de Albertí es acertada de principio a fin. Primero, por fundamentarse en un minimalismo y diafanidad sustentados en el diseño de iluminación de Juan Gómez-Cornejo. Su elegante manejo de la luz crea una atmósfera recogida en la que prima más la cercanía que la intimidad y esta se siente como vehículo para la sinceridad y la espontaneidad. Porque así era Don Ramón, un hombre sin pelos en la lengua y para el que las formas eran más estilísticas e intelectuales que códigos de comunicación y relación.

A continuación, por las manos de Mario Molina al piano, creando ambientes y atmósferas, generando tonalidades y cadencias con las que envuelve, subraya y contrasta cuando expone y relata, describe y dialoga, en muy buena sincronía con él, Pedro Casablanc. Un actor de cine y teatro, un dueño y señor del escenario y el encuadre que protagoniza, que se convierte en Don Ramón a través de la palabra y el cuerpo, la entonación y la presencia, el gesto y la empatía que genera. Aunque también sale de él para ejercer de narrador y comentarista, de apuntador que le da volumen, espacio y aire al personaje que interpreta.

Un trabajo sustentado no solo en el dominio escénico, sino también en una versatilidad que le permite conjugar -aunque sea en tercera persona- varias voces, y tocar cuantos géneros haga falta, aunque sin desligarse nunca de la comedia con tintes de acidez y sorna. Casablanc se funde con un texto que aúna literatura e inteligencia de la misma manera que lo hacían los escritos de Don Ramón María del Valle-Inclán al que describe y analiza. Un retrato de un retratista que transmitía solidez y seguridad en sus observaciones, juicios y visiones, a la par que la suficiente sagacidad para salir de sí mismo y captar lo etéreo e intangible de las sensaciones y motivaciones, de los hilos conductores de la gente, la sociedad y el sistema de su tiempo.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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