Atalaya celebra sus 40 años de trayectoria profesional en el Teatro Fernán Gómez de Madrid ofreciendo su montaje de Marat/Sade. Con dirección y adaptación de Ricardo Iniesta, la compañía propone una versión plástica, casi expresionista, de esta pieza cardinal del teatro contemporáneo cuyo mensaje crítico y reivindicativo sigue de urgente actualidad.
Peter Weiss planteó la escena de Marat/Sade en 1808 refiriéndose a la Revolución francesa; un acontecimiento producido 19 años antes. Los pacientes del hospital psiquiátrico de Chareton, bajo la dirección del Marqués de Sade, representan la persecución y asesinato de Jean Paul Marat. Una excusa metatreatral que sirve para enfrentar dos discursos radicales. Por un lado, el de Marat, que apuesta por la colectividad representada en la igualdad y la fraternidad. Del otro, Sade, que sostiene la necesidad de primar al individuo de su propia libertad frente a la sociedad. Weiss, además, deja un espacio entre ambos extremos para unos actores que no tienen voz pero sí un discurso. Por su parte, los habitantes del sanatorio de Chareton encarnan a un pueblo cansado de abusos que exige justicia. En definitiva, Marat/Sade es una semblanza de la hipocresía y la injusticia que hoy sigue siendo noticia de portada. Sorprende e inquieta por igual que estos pronunciamientos ideológicos sigan tan vigentes 60 años tras su estreno, lo que ratifica la necesidad de revisitar esta obra periódicamente.
No obstante, en el recuerdo de quién escribe está muy presente el Marat/Sade que Narros representó en 1994 con una dramaturgia formal pero estratosférica apoyada en la soberbia austeridad pictórica que Andrea D´Odorico propuso para la escenografía. Uno de esos montajes que se convierten en leyenda en la biografía de un espectador.
Con ese eco en la memoria la única forma de evitar comparaciones es sumergirse en una propuesta dramática que presente un lenguaje propio con un estilo diferente y reconocible. Eso es lo que hace Atalaya. Nos plantea una versión histriónica, profundamente provocativa, de gran plasticidad y, por momentos, fea y perturbadora. Fiel a su sello personal, aborda la narrativa generando una atmósfera inquietante en la que prevalece la expresividad física de sus actores, distorsionados por una caracterización que persigue la incomodidad.
Ricardo Iniesta, responsable de la dirección y escenografía, nos presenta una dramaturgia oscura y potente, que aborda bien el trasfondo filosófico pero no la realidad claustrofóbica del manicomio. Las líneas ideológicas resultan bien retratadas. Brillan los enfrentamientos entre Marat y Sade, pero también los que mantiene Sade con Coulmier, el director del psiquiátrico que supervisa la representación teatral. Coulmier personifica el nuevo orden nacido tras la revolución y actúa como un censor incómodo e irritado por las libertades que se permite Sade. Su ubicación fuera de escena y en altura, define con claridad su posición y pensamiento.
El diseño escénico se resuelve con el uso de grandes telones que, apoyados por la acertada iluminación de Alejandro Conesa, proponen una solución sencilla y efectista. En general logra imágenes de expresividad casi pictórica que componen una atmósfera violenta y turbadora, aunque resulta en ciertos momentos demasiado ligera para el ambiente opresivo que se espera del sanatorio.
La interpretación mantiene una calidad unitaria muy notable, aunque destacan inevitablemente ciertas voces. Carmen Gallardo, como presentador del espectáculo, ofrece ingenio y ligereza. Manuel Asensio dibuja un Sade con una potente presencia física. Su caracterización es inquietante y apoyado en el vestuario que propone Carmen de Giles, proyecta una inteligencia violenta y perturbadora. Por último, Jerónimo Arenal, encarnando a Marat, realiza el trabajo más reseñable con una interpretación en la que los perfiles del personaje brillan con sutileza y singular elegancia dentro del conjunto.
Marat/Sade es dolorosamente actual. Se mantiene como una de esas piezas fundamentales del teatro moderno que exige adaptaciones que escarben en todas sus posibilidades. Sin lugar a dudas Atalaya lo logra en este montaje demostrando en ello la energía que firma sus cuarenta años de existencia.
Crítica realizada por Diana Rivera