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27.01.2023 Críticas  
Teatro radical y grotesco sobre la memoria familiar e histórica

La compañía La Casa de Asterión presenta Los hijos perdidos de Dios en la Sala Àtic22 del Teatre Tantarantana de Barcelona; una obra en un formato poco convencional. Un relato familiar de tres generaciones que viven distintas épocas de España: la dictadura franquista; la transición y la actualidad.

El público recorrerá parte de la historia a través de una familia de izquierdas que cada 20 de noviembre se refugia en El Bancal, -una casa a las afueras de Alicante- para no estar presente durante las misas y concentraciones que los falangistas realizan en homenaje a Primo de Rivera, fusilado en la misma ciudad.

El relato se inicia con un introducción narrativa que el público no acaba de comprender pero que con los minutos va tomando forma (tal vez unos minutos demasiado extensos, eso sí) y con personajes sin identidad de los que poco a poco se va mostrando su historia y se va desgranando su árbol genealógico. Desde la figura de Doña Pepa, dependienta de una prestigiosa joyería, hasta Alex, un joven que vive al máximo la noche festiva de Benidorm.

Éstos no serán los únicos personajes que vamos a conocer a lo largo de las más de dos horas que dura la obra. Los cuatro interpretes que vemos encima del escenario (Júlia Barragan, Albert Miró, Júlia Morella y Alexandre Fons), muestran una gran flexibilidad interpretativa al representar personajes radicalmente distintos que van apareciendo en unos cambios de escena constantes. Un fascista a quien le encaja al dedillo la definición de “macho alfa”; unos nuevos ricos de la España profunda; jóvenes que vivieron la transición; dos enamorados boomers; la generación millenial; guiris… e incluso el mismísimo Franco y la República personificada, irán apareciendo en el escenario mostrándonos su lado más salvaje. No faltan en escena las referencias al séptimo Arte; a grandes artistas como Lorca, Calderón de la Barca, Cervantes, Miguel Hernández, etc. y a los “Grandes” de España, principalmente Franco y Primo de Rivera. Españoles que seguramente se encargarían de censurar la obra si ellos o alguno de sus fanáticos la vieran circular con una libertad que asusta por su atrevimiento.

La obra empieza a ritmo de narración y se sucede en un “in crescendo” constante que tiene distintos puntos álgidos. Al igual que ésta, la interpretación actoral también va tomando más profundidad a lo largo de los minutos, llegando a emocionar al público sumamente cuando Josepa y Nando se miran a los ojos y se declaran su amor. El amor… que también es el gran protagonista de la obra. Sin duda, los silencios, la expresión corporal, la música y las miradas, tienen, -a pesar de lo grotesco de la propuesta- un gran papel.

Transitando por Alacant, València y Barcelona, la compañía La Casa de Asterión habla de muchos temas: patriotismo, religión, crueldad, homosexualidad, enfermedad, adicciones, abuso laboral, desfase, prostitución… y especialmente fascismo. A ratos, tantos temas encima del escenario llegan a confundir, sin embargo, el formato alternativo de la obra, en el que prima el dinamismo y el cambio constante de escenas, nos anima a adentrarnos en el “juego” escénico, de ritmo frenético y radical –definido así por la compañía-.

Como se dice en el texto de Alexandre Rodriguez Fons, el teatro tiene siempre dos ingredientes: violencia y sexo. En el caso de Los Hijos Perdidos de Dios, la primera, se muestra de formas evidentes pero sobretodo sutiles en distintas épocas y momentos representados. El dolor de la muerte, la separación, el dolor de la humillación, la tristeza… El segundo, el sexo, tiene un gran rol, pues las referencias sexuales explícitas son prácticamente las que dan pie a los momentos de parodia.

El vestuario es sumamente sencillo. El desnudo es el protagonista en la mayor parte de la obra y cuando no lo es, unas telas detalladamente elegidas son las que cubren los cuerpos de las y los protagonistas. En cuanto a la iluminación, es preciso darle un espacio propio en ésta crítica, pues Andrés Piza logra crear un ambiente envolvente con un cambio de luces constante, dinámico, y muy original. Éste juego de luces, conjuntamente con la escenografía de Brenda Carrera, logran que nos movamos de época sin salir de la sala Àtic22.

Los Hijos Perdidos de Dios es una apuesta dramatúrgica donde no existe la vergüenza ni el miedo a parodiar personajes públicos. La crítica a través de la sátira y la humillación constante a una España cruel y caduca son ya marcas de la casa Asterión. La compañía decide poner cada cosa en el lugar que le corresponde. El amor en un altar. La amistad como un valor primordial. El Ego bajo tierra. La dictadura, la violencia, la censura y la crueldad, reducidas a cenizas.

Postdata: A modo de anotación, me parece interesante hacer referencia a dos aspectos que no tienen que ver directamente con la obra. El primero es que la sinopsis descrita en panfleto promocional se encuentra demasiado alejada de lo que el público verá, ya que no apunta el carácter arriesgado y grotesco de la obra. Tal vez esto juega en contra de la propia compañía, pues no se dirige a su público potencial.

Crítica realizada por Maria Sanmartí

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