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23.01.2023 Críticas  
¿Existe vida después de la violencia?

El Teatre Lliure de Barcelona presenta Domestic Violence en su sala Fabià Puigserver, una función sin diálogo y con una duración de 5 horas que nos inmersa en la intensa vivencia de la violencia doméstica, el desprecio, la sumisión y el tiempo de paso lento.

El público entra en la sala a las 18h en punto, cuando la obra ya ha empezado. No tiene tiempo de acomodarse en la butaca ni debe esperar a que los actores aparezcan en escena. Cuando entra en la sala, la historia ya está sucediendo. La protagonista, interpretada por Janet Rothe, se acicala. Se maquilla, se acomoda el vestido ajustado, se peina el cabello y ordena y limpia el piso, colocando toda la basura en un cajón que veremos que tiene la clara función de esconder “la mierda”. La respiración de la mujer se va agitando, los roles de género parece que le ahogan.

Lo que más llama la atención del espacio escénico, también ideado por Markus Örhn, es su aparente perfección y felicidad representada en muebles sumamente blancos y en objetos decorativos que llevan frases como “be happy”, “home”, o “perfect moments”. Además, encima del sofá hay una gran fotografía de un paisaje paradisíaco que podría ser un bosque asiático evocando un gran “om”. El público siente una tensión extraña. Hay algo que no acaba de encajar. Tanta perfección no puede ser cierta. A lo largo de la extensa obra, irá descubriendo que lo que se representa en esa casa –que para nada es hogar (“home”)- es precisamente una relación radicalmente alejada de “los momentos perfectos”, los “sé feliz” y la calma que transmite un “om”.
Con la llegada del marido, interpretado por Jakob Öhrman, el miedo que intuíamos se despierta y esa sensación extraña que sentíamos se rebela como la violencia que no tarda en explotar. Descubrimos que la mujer, en todo su día a día, no hace más que simplemente esperar la llegada del golpe.

La obra, del autor sueco Markus Örhn se desarrolla a lo largo de 5 horas donde la tensión toma un papel protagonista. La cadencia lenta de los sucesos es una metáfora que nos permite adentrar en el día a día de la pareja y especialmente en un pensamiento que seguramente recorre por la mente de la protagonista, víctima de violencia doméstica (y tal vez a todas las mujeres que la viven). ¿Se acabará esto alguna vez? Si bien es cierto que es una obra que podría desarrollarse en prácticamente hora y media, parece que precisamente la intención del autor y los actores es la de sumirnos en la sensación de bucle infinito, donde la violencia parece que nunca llega a su fin. Esta sensación de desesperación llega de forma más fácil gracias a un juego de repetición en las escenas; acompañadas de la incesante música en directo de Arno Waschk, quien no deja de tocar en toda la obra una melodía con pocos cambios de ritmo.

El uso de la máscara es básico en esta función sin palabras. Las caras de plástico (creadas por Makode Linde), toman vida y representan aquellos rostros que viven la vida fingiendo que todo es perfecto. La vida de esas máscaras existe gracias a los actores que interpretan cuidadosamente sus personajes, a través de amplios gestos para nada exagerados, y un uso detallista de su respiración acompañada de ligeras risas, llantos, y suspiros a compás de cada situación.

La obra es sin duda una invitación a una reflexión que duele. El espectador se siente parte de aquello que está viendo y esto es potenciado por iluminación, con unas luces que se mantienen encendidas todo el tiempo, sin diferenciar el espacio del público y el de los actores. Quien está observando quisiera, en muchos momentos, levantarse y frenar la violencia que se da en esa casa. La impotencia nos trae un grito contenido, que compartimos con la protagonista y que nos lleva al mismo lugar donde estamos cuando callamos ante las situaciones de violencia. ¿Cuántas veces nos hemos quedado inertes al ver este tipo de situaciones? Nos enseñaron que los problemas se resuelven en casa… Y resguardándonos en esa frase hecha, demasiadas veces elegimos no hacer nada.

El Teatre Lliure apuesta, con su ciclo Katharsis, por unas obras que no temen incomodar al público. Domestic Violence, es una obra poco estándar donde nos hace daño ver como la pareja se quiere, porque lo que se aprecia detrás de sus muestras de cariño es que precisamente en esa casa no hay amor, sino un miedo demasiado insoportable. Todas las risas que se dan, son tensas. Todas las acciones que la mujer hace, no son más que intentos en vano de forzar momentos bonitos que nunca acaban de llegar. En él, se aprecia el cansancio por la vida, el pasotismo, la indiferencia y la crueldad. En ella, se siente la sumisión y una desesperación profunda que le hace quedarse en una casa que no sabe cómo habitar, porque todos sus rincones están y estarán impregnados de violencia.

Crítica realizada por Maria Sanmartí

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