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23.01.2023 Críticas  
Fantasía onírica

Segismundos. El arte de ver es la propuesta actual, firmada por Antonio Álamo, con la que el Teatro Clásico de Madrid deconstruye, reinterpreta y libera el mito, los personajes y las tramas de La vida es sueño de Calderón de la Barca.

Al genio barroco, en su sala principal desde el 15 de diciembre, la institución dedicada a nuestros grandes clásicos le suma estos días la universalidad que propone desde la búsqueda, investigación y juego que representa en su quinta planta. Un espacio diáfano en el que se conjuga un eclecticismo de puesta en escena teatral con destilados de performance, movimiento con aires de danza y texto con interludios musicales. Un totum no revolutum que plantea, sin pretender llegar a respuestas concretas, qué es la vida, cuán vital es lo que soñamos y a dónde vamos con tanto frenesí.

Aparentemente sencilla, la función nos traslada desde el aquí y ahora de un ensayo, el lugar de trabajo y compromiso de una cuantos profesionales y devotos de las artes escénicas, a un mundo paralelo en el que la suspensión de la realidad pasa por combinar memoria y capacidad, lo escrito por Calderón y sus habilidades para trasmitirnos aquella literalidad causándonos las emociones y sensaciones adscritas a su fantasía.

Que la vigencia de su fama y poderío, de la admiración y veneración que le profesamos a La vida es sueño no nos engañe, su relato es pura nebulosa. Sujetos encerrados, pueblo levantado en armas, mujeres travestidas, monarcas puestos en duda y personajes que claman venganza y libertad. Segismundos sobrevuela todo eso, pero tiene claro que su papel no está en explicarlo, justificarlo o analizarlo, tan solo acercarlo de una manera que de pie a la perspicacia. De ahí que la dramaturgia de Antonio Álamo destile una atmósfera etérea y una fluidez narrativa conseguida gracias a su correcto planteamiento técnico e interpretativo.

La escenografía de Elisa Sanz es una buena síntesis de ello. Color blanco que contrasta con el negro de la caja escénica. Telas y nórdicos que dan volumen y acogen y recogen a los personajes en su devenir entre la interpretación y la danza, entre lo onírico y lo real, la ficción y la cuarta pared. Viajes, lugares y tiempos en los que la acompaña la iluminación de Olga García y, sobre todo, el espacio sonoro -con momentos de partitura original- de Marc Álvarez– para plasmar el tránsito no solo literario, sino también biográfico que expone El arte de ver.

Abel Mora es el intérprete más sólido y el encargado de hacer que la representación fluya y se articule eficazmente, labor en la que resulta complementado por el carácter y el impudoroso desparpajo de Christofer Ortiz. Sara Barker es el lienzo en el que se debaten lo textual y lo escénico, el personaje por construir y la persona que alberga también su propio sueño. A ella se suma la corporeidad de Helliot Baeza en la muy correcta ejecución, y elemento muy bien incluido en la función, de las coreografías de Cristina D. Silveira y Paloma Díaz. Un sueño de los que se despierta con sensaciones agradables y una sonrisa amable.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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