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23.12.2022 Críticas  
Sueños diferentes

Pedro Calderón de la Barca vuelve a ser protagonista de la programación del madrileño Teatro de la Comedia con su obra más conocida, La vida es sueño. Allá donde esté, seguro que sorprendido con la vuelta de tuerca que Declan Donnellan y Nick Ormerod le han dado a su texto, así como con la positiva respuesta del público a la misma.

El cartel de vendidas todas las localidades siempre resulta prometedor y esperanzador. Hay gente deseosa de ver teatro y espectadores que yan han disfrutado con lo representado. Ese es el caso de este montaje con el que el Teatro de la Comedia cierra el viejo año y abrirá el nuevo. Combinando ambos adjetivos de una manera alegórica. El conflicto, el drama y la tragedia que escribió Calderón de la Barca con la transgresión, el divertimento y la libertad que se dan los creadores contemporáneos. Devotos de sus anteriores, pero impudorosos a la hora de construir sus propias propuestas y así evidenciar su visión e identidad, sus valores y su estilo personal.

La oscuridad, pesadumbre y dificultad de las andanzas de Rosaura y las desventuras de Segismundo son convertidas, por obra y gracia de la dirección de Declan Donnellan, en un cabaret, una comedia y una cuarta pared tirada abajo en la que caben las hipérboles, el histrionismo y la fluidez de géneros dramáticos y humanos. Una reinterpretación, recreación y deconstrucción que traiciona al insigne del siglo de oro por convertir en gracia lo que era lamento y tornar en divertimento lo que era aflicción. Sin embargo, sea por desconocimiento de lo escrito hace tres siglos y medio, por la osadía de considerar que los enfoques presentes priman sobre las visiones pasados, o por la familiaridad de los recursos narrativos utilizados, esta propuesta convence a sus destinatarios.

Buena parte de ello se debe a contar con medios técnicos y buenos profesionales. La caja escénica del Teatro de la Comedia le permite a Nick Ormerod plantear una escenografía que -acompañada de la iluminación de Ganecha Gil y el movimiento de Amaya Galeote– aúnan lo teatral, lo televisivo y lo musical -inevitable pensar en títulos como Chicago– con puertas que dan pie a un juego de entradas y salidas, de anuncios y renuncios, por los que se cuelan provocaciones carnales con las que atraer la atención de todos los gustos. Sorpresa a la que se añade un vestuario que se queda entre el ayer de Calderón y nuestro hoy, con levitas, trajes, fajas y cintas que tienen algo de salón de alta sociedad y de despachos de tiempos imperiales.

No comparto cuestiones como convertir pasajes en sketches televisivos, me alejan demasiado de lo que pretendía el original barroco, aunque a la par me hacen valorar el trabajo de Alfredo Noval encarnando al bruto e inmisericorde, sensato y pragmático, Segismundo. Su interpretación es física y oral, estatutaria y dinámica, individual y coral, punto de inflexión de cuanto sucede sobre el escenario y atracción de las miradas desde todas las butacas. Seduce y convence. Quizás distorsiona lo que hace, pero la manera en que lo realiza es siempre sobresaliente. Su entrega es total y la manera en que se le percibe resulta casi extasiante por la energía que derrocha y la atmósfera absolutista que genera en torno a él.

Calderón de la Barca jugaba con la literatura de La vida es sueño a buscar, confundir y encontrar los límites entre la realidad y lo onírico, lo justo y lo posible, lo deseado y lo aceptado. Visto así, eso es lo que ha hecho también Declan Donnellan con su adaptación. Aunque no convergen, queda claro que cada uno por su lado consiguen su propósito.

Crítica realizada por Lucas Ferreira.

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