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20.12.2022 Críticas  
Panorama bajo el puente

Roberto G. Alonso pasó por El Umbral de Primavera de Madrid con A mí no me escribió Tennessee Williams (Porque no me conocía). Un monólogo que va del drama a la comedia, pasando por la performance y el cabaret, dramaturgia y dirección de Marc Rosich, que fantasea con personajes como Blanche DuBois, Maggie Pollitt o Maxine Faulk.

La primera impresión al entrar en la sala es abrumadora. Dentro de su ingeniosa sencillez y su espíritu low cost, el espacio escénico diseñado por Víctor Peralta tiene tanto de horror vacui barroco como de descripción del personaje protagonista de la función. Cajas y cartones, vestidos y zapatos, y un mobiliario de lo más variado. Estamos bajo un puente, hábitat, trastero y exhibición diáfana de la biografía, materialización del carácter y el destino de la mujer que allí nos recibe. Alguien que soñó y consiguió, que tuvo, pero no retuvo y ahora está sola y alejada, ignorada y silenciada por una sociedad a la que no se sabe si no encontró, la rehuyó o la expulsó.

Ella no cuenta mucho de sí misma, más allá de que conoció el amor y que soñó con ser actriz. Pudo haber protagonizado Un tranvía llamado deseo, La gata sobre el tejado de zinc o La noche de la iguana. No ocurrió, pero eso no quita para que haya algo de aquellos papeles en su realidad, en cómo siente y vive, en cómo recuerda y se ilusiona. Así nos lo expone a través de una representación en la que transita por la dramaturgia convencional, basada en el texto, en la performance, con cambios continuos de vestuario en los que aún lo clown y lo absurdo, y con aires cabareteros en los que mueve sus labios al son de intensas como Mari Trini o Lara Fabian.

A mí no me escribió… no es siempre una narración, tiene mucho de juego con las formas teatrales y los elementos escénicos. Tesitura en la que Roberto G. Alonso se desenvuelve cual gacela en la sabana escuchando los primeros acordes de la banda sonora de Memorias de África. Aúna el dinamismo del movimiento, la presencia de la corporeidad y la síntesis de lo verbal. Se echa en falta conocer más sobre su personaje, qué le pasó y qué le trajo hasta aquí. Puede ser que ella misma haya desconectado u olvidado, o que no quiera ser más que presente y huir.

A cambio, derrocha exceso e histrionismo, hipérboles que nos llegan envueltas en lo que podríamos tomar por transformismo o transgresión de los roles de género. Sin embargo, es algo mucho más sencillo, un muy buen actor, Roberto, dejándose la piel interpretando y coreografiando a su personaje. Una propuesta que, sin ser rompedora, llega por el nervio que la mantiene y la energía que transmite, porque es más atrevida que provocadora. No pretende escandalizar, solo conectar dando rienda suelta al maremágnum emocional de una mujer que no sabe dónde está su corazón, el hombre que la sustituyó por una botella de whisky o quizás por alguien más joven e ingenua que ella. Está y seguirá sola, pero a sabiendas de que es capaz de conquistar a su público.

Crítica realizada por Lucas Ferreira.

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