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10.10.2022 Críticas  
Forjando el destino, quark a quark

La semana pasada asistimos al estreno de Constelaciones en La Badabadoc de Barcelona. La obra, del británico Nick Payne, reescribe las reglas del destino de las tragedias griegas en clave de física cuántica. Dicho así, el espectáculo puede parecer grandilocuente, pero nada más lejos de su interés.

Constelaciones habla de lo eterno a partir de lo más humano, como deja claro ya desde su primera frase. Es en esa primera escena, el encuentro de los dos personajes protagonistas durante una fiesta al aire libre, cuando empezaremos también a conocer las reglas teatrales del particular universo cuántico de esta obra: a saber, que las escenas pueden repetirse en rápida sucesión, con pequeñas variaciones en función de las decisiones conscientes que tomen los personajes, las que hayan tomado en el pasado o sus estados de ánimo. Constelaciones transcurre en un multiverso de mundos paralelos, donde todos tomamos elecciones distintas que nos llevan a futuros diferentes.

O, desde un punto de vista de la predestinación helénica, las decisiones que tomamos nos llevan al único futuro posible… para esas decisiones. Un futuro que, en esta obra, comienza a dibujarse a modo de ominoso flashforward a partir de cierto momento, y del que iremos sabiendo cada vez más a medida que cristalice. Pero que, incluso cuando parezca inevitable, puede esquivarse por el azar o matizarse según las decisiones personales de cada uno. Incluso ante el destino, tenemos elección. Somos lo que hicimos, pero también lo que no hicimos y lo que perdimos. La libertad no es una ilusión, incluso ante a un universo indiferente.

Esa es una de las grandezas del texto, que el equipo de este montaje entiende muy bien: por elevado que sean los conceptos que se manejan, Constelaciones podría alienarnos ya que, a fin de cuentas, defiende que todo podría ser de otra forma. Que si no te gusta esta historia, al lado hay otra.

Pero en cambio empatizamos desde el primer al último momento: si funciona, nos atrae y, es más, nos atrapa es por la pura humanidad de sus protagonistas, en todas sus variantes. Sean altivos, simpáticos, fieles o traidores: la desbordante humanidad que despliegan Victorio d’Alessandro y Victoria Alsúa es lo que nos absorbe por completo. Siempre imperfectos, siempre reales, ponen en marcha un mecanismo de relojería dirigido por Teresa Costantini, en el que deben tener los sentimientos a flor de piel y mudarlos cada dos minutos. En ocasiones, con un extraordinario control del matiz, en lo amargo, lo hermoso o en el conflicto cotidiano. Y, al mismo tiempo, con un sentido del humor que en ocasiones propician las repeticiones o, citando a Vincent Vega, «las pequeñas diferencias», pero que sobre todo parte de la propia comicidad de la brillante pareja de actores. Llevan desde 2019 interpretando el montaje en Argentina, y todo parece fresco, pero secretamente bien integrado.

El resultado es una bomba teatral cuya onda expansiva alcanza de pleno el cerebro y el corazón del espectador. Que emociona y en ocasiones alcanza en su combinatoria momentos de poesía excelsa. Una embriagadora pieza con un reparto de lujo que no debería perderse nadie que admire el oficio teatral. Si disfrutaste 4D Óptic de Javier Daulte o Lifespoiler de Marc Angelet y Alejo Levis, otras dos obras que usaban los mundos paralelos para hablar de temas profundamente humanos, Constelaciones ya entra en la categoría de las absolutamente imprescindibles.

Crítica realizada por Marcos Muñoz

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