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05.10.2022 Críticas  
De por qué dan tanto miedo las tetas

El Teatro Romano de Mérida fue el primer lugar que recibió este Safo que ahora llega a Madrid a los Teatros del Canal, tras su paso por Barcelona. Una pieza festiva, reivindicativa del legado y la figura de una mujer cuya historia fue escrita por hombres, reapropiada por hombres, y hecha desaparecer a mano de hombres.

Safo cuenta con el texto de María Folguera, dirección y escenografía de Marta Pazos, y dirección musical de Christina Rosenvinge, que también interpreta a Safo y le acompañan sus musas y mujeres que compartieron canciones bajo un árbol: Irene Novoa, Juliane Heinemann, Lucía Bocanegra, Lucía Rey, María Pizarro, Natalia Huarte y Xerach Peñate. Vestuario y caracterización son de Pier Paolo Álvaro, iluminación de Nuno Meira y sonido de Dany Richter.

Uno llega a la sala Roja de los Teatros del Canal y la visión de la reproducción del Teatro Romano de Mérida me hace envidiar la impresión que debía causar esta misma visión en el propio teatro ante semejante homenaje en rosa a Christo y Jeanne-Claude. Las nubes también rosas y los fantásticos juegos de luces que se harán sobre el escenario son el marco ideal que, como las telas que arropan esas columnas, construyen la rotunda estructura sobre la que se sostiene este espectáculo.

La propuesta es arriesgada, y corría el riesgo de ser un mosaico recargado y estrambótico, por no utilizar lo que aquí es anacrónico, que es que la obra sea un cuadro barroco. Y realmente Safo lo es, es un cuadro como solo Marta Pazos sabe poner en pie y defender y que todo tenga sentido. Tuve varios momentos en los que pensé que el público despistado que siempre hay en toda sala, se levantase y se fuese por el empacho de tetas, culos y coños, como ya ocurrió en el Teatro María Guerrero con la Comedia sin título que dirigió Pazos. Toda esa piel y los cuerpos del escenario tiene toda la carga reivindicativa que no siento que tuvo la propuesta musical de Rigoberta Bandini para el Benidorm Fest.

La presencia de Christina Rosenvinge y su interpretación me provoca más desconcierto que la coreografía de María Cabeza de Vaca, ya que por momentos uno siente que está viendo a la desconcertada y desubicada Nicole Kidman del anuncio de Cinesa, pero con una guitarra y un registro lírico que roza la parodia. Este Safo ya solo por esto es puro camp y gocé cada uno de los detalles kitsch y referencias al universo queer, como la excesiva afrodita en bañera de espuma de María Pizarro.

Natalia Huarte es la constante que da cordura y entidad a este sinsentido con sentido que es Safo: da igual que vista una gafas que ocultan su rostro, o recite versos desnudos desnuda, el poder de Natalia sobre el escenario y su característica y maravillosa dicción es suficiente razón para asistir a este evento.

Cuando pensaba que la función iba a descarrilar y todo lo que iba a venir a continuación no iba a dejar de ser un hipnótico descarrilamiento con víctimas muy disfrutón, entra la pegadiza canción de labriego en la que ahora ya si uno es transportado a esa isla de Lesbos donde Safo cantaba, amaba y follaba. ¿Que el público está desconcertado y no sabe si de él se pide colaboración genuina o no? Totalmente cierto, y asumo que en otras plazas el arranque al palmeo seguro que es voluntario y espontáneo.

El texto de Folguera y su reflexión sobre el legado, la apropiación artística, los “onvres” dando su versión de cualquier historia, y el poco cuidado que se ha tenido con la obra de Safo es el ejemplo 64746484 de la necesidad de la herstory. Detrás de toda la festividad, la celebración y las luces estroboscópicas está la impronta de un teatro renovador, fieramente actual, e indudablemente arriesgado y necesario.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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