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12.09.2022 Críticas  
Cuéntame una película

El Teatro Bellas Artes de Madrid sube a su escenario un titulo que evoca los tiempos de la represión, la dictadura y la lucha por los ideales. El beso de la mujer araña llega con el atractivo de ver a Eusebio Poncela sobre las tablas, en un montaje algo irregular en la propuesta.

Corría el año 1976 cuando el escritor argentino Manuel Puig publicaba la novela El beso de la mujer araña. Una novela que relata el encierro de dos presos en una supuesta cárcel de algún país latinoamericano. Dos presos cumpliendo condena por sus ideologías. Uno por pertenecer a un movimiento revolucionario y otro por defender su derecho a querer ser mujer. Los días y horas de encierro llevaran a estos dos hombres a forjar una amistad que trascenderá los limites de sus ideales. Llegando a una intimidad que les sorprende y les marcará por el resto de su existencia. La novela provocó reacciones controvertidas en el momento de su publicación, llegando a ser prohibida en el país del autor. Una película y hasta un musical han hecho del título uno de referencia en la literatura hispana de la década de los setenta.

Carlota Ferrer dirige ahora esta versión firmada por Diego Sabanés, una versión que no nos sitúa en algún país ni época concreta y en la que hay una diferencia de edad considerable entre los personajes. Esto no es un impedimento para que el conflicto interno de los mismos aflore. En sus ratos muertos, Valentín, el activista joven encarnado por Igor Yebra le pide a Molina que le cuente películas. Molina es Eusebio Poncela, en un papel del que se adueña con una verdad innegable.

Algunas decisiones lastran el desarrollo de la intriga y del deseo que se supone que lucha en las mentes y almas atormentadas de los protagonistas. El uso errático de un micrófono para los momentos en los que Molina cuenta películas, la caricaturesca recreación del carcelero que soborna a Molina, una larga escena en penumbra en la que los personajes se interpretan en playback, un uso de efectos de sonido que haría las delicias de cualquier fetichista del ASMR. No aportan y mas bien distraen y alejan al público de lo que de verdad creo que se quiere contar.

La pulsión erótica y desencadenante del giro imprevisto queda relegada a un precipitado momento pareciendo algo que sucede de manera anecdótica más que un hecho que se prolonga en el tiempo y que se supone marca a los personajes.

El ritmo es excesivamente pausado, solo es al final cuando el todo se completa, cuando Eusebio Poncela vestido de mujer nos emociona y cuando Igor Yebra se desprende de un corsé interpretativo incomodo que le oprime toda la representación.

Queda un regusto a montaje que prometía más de lo que finalmente da. Un título que nos retrotrae a otras épocas y del que quizá teníamos mas expectativas. El esfuerzo de los dos interpretes es loable, pero no llega a emocionar ni remover.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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