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22.04.2022 Críticas  
Tres señoras, tres

La sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia de Madrid acoge hasta el mes de junio tres obras de autoras del s. XIX: El disfraz, de Joaquina Vera; Las cartas, de Caterina Albert (aka Víctor Català), y La suerte de Emilia Pardo Bazán.

En El disfraz, dirigida por Íñigo Rodríguez-Claro, la energía y entrega de todo el reparto hacen que esta sea LA pieza, y es imposible elegir entre quién está mejor, si La Enríquez (aka Alba Enríquez), Andrea Soto Moncloa, Mariano Estudillo, Daniel Teba o José Juan Rodríguez. Esta pieza grita su spin-off y que las piezas del vestuario de Elisa Sanz pasen a mi armario.

Las cartas, dirigida por María Prado, y traducida por Albert Arribas es un fantástico monólogo con Silvia NievaMamen Camacho que no luce pero brilla, por su dificultad en el verbo y el estilo y el carisma necesario para levantar un hecho casi anecdótico que se sostenga por más de una hora en escena.

La suerte, dirigida por Júlia Barceló cuenta con una magnífica Ña Bárbara de Alba Recondo y José Carlos Cuevas como Payo, en esta tragedia gallega breve y potente donde el acento de José Pablo Polo eleva la propuesta con el espacio sonoro que genera. (Elisa Sanz, el corsé de Ña Bárbara también lo quiero en mi armario).

Jienense, catalana y gallega. Actriz y traductora, escritora y escritora. Comedia, drama y tragedia. Ricos y pobres, pobres, y pobres. El criterio de reunir tres piezas de tres autoras totalmente dispares en un montaje de dos horas y media cuando cada una tiene entidad propia y podría haber sido defendida en solitario, es tan aleatorio como la ¿justificación? que aparece en el programa de que el rasgo común es “la inquietud lingüística de sus autoras y una compartida voluntad de incorporar en los argumentos el habla (…) de la gente rústica”. OK.

Es complicado opinar sobre El disfraz/ Las cartas / La suerte porque no hay un todo más allá de que si, es una representación formada por tres piezas en las que solo hay dos nexos reales: están escritas por señoras y José Pablo Polo es el cemento que da entidad y forma a a esta arquitectura escénica posmoderna, ya que su composición musical, espacio sonoro y presencia escénica es la constante, provocando la colisión de las tres obras y ornamentando con su ingenio lo simbólico y el valor expresivo de las piezas.

Esta ruta musical ecléctica comienza por el pop verbenero y kitsch en El disfraz, que se disfruta como una playlist colaborativa en la que cualquier cosa que se le metiese funcionaría porque category is: rural fun extravaganzza. En Las cartas es la palabra la protagonista y la composición cede el protagonismo a la fantástica Madrona de Mamen Camacho. La suerte es puro minimalismo, evocación y anticipación de una muerte anunciada a orillas del Sil: los estados básicos de la materia se manifiestan en escena a través del sonido. José Pablo Polo es un arquitecto del sonido y la magnitud de este proyecto es un ejemplo de su fantástica trayectoria.

En las conversaciones con mutuals y fanáticos del teatro, como si estuviésemos elaborando un tracklist musical, aparte de celebrar El disfraz, el orden que le hubiésemos dado a las tres piezas es dispar, y casi coincidente en que quizás tal cual está montada es lo propio, porque cómo se afrontaría la tragedia de la Pardo Bazán después de la travesía por el desierto de Las cartas, rematando con la comicidad de El disfraz. Quién sabe, pero la sensación cuando uno abandona la sala sería similar a la actual: desconcierto y hartazgo.

El disfraz / Las cartas / La suerte es un triple-bill complejo en el que es innegable que cada una de sus partes es fantástica, meritoria y memorable, pero cuya suma es un pastiche que se siente como una vuelta a casa de farra, donde después de darlo todo, quedan los interminables 18 minutos de espera (y rigor) para que llegue el Cercanías que te lleve a casa y finalmente puedas descansar.

Crítica realizada por Ismael Lomana

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