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11.04.2022 Críticas  
Travesía solitaria

Llega a los Teatros del Canal de Madrid este texto de Vanessa Montfort. El Síndrome del copiloto -basado en la novela de la misma autora: Mujeres que compran flores– es un emotivo relato de superación vital tras la desgracia de la muerte del ser amado, del capitán de la vida de la protagonista. Algunos lugares comunes y una bella escenografía para un viaje de ocho jornadas.

¿Qué ocurre en una pareja cuando uno desaparece trágicamente? Eso les ocurre a Óscar y Marina cuando debido a una enfermedad Óscar fallece. La pareja, el rumbo vital común se resquebraja. La última voluntad de Óscar es que Marina lleve sus cenizas a Tánger, pero que lo haga sola, en el velero que les pertenecía, el Peter Pan. Eso supone un reto titánico para Marina, acostumbrada a que Óscar ejerciera de patrón y ella de simple grumete. Ahora ella se enfrentará en solitario no solo a los caprichos del Mediterráneo, sino a descubrir su presente y futuro sin Óscar, a dejar de ser el eterno copiloto y tomar el timón de su vida.

El montaje se divide en las ocho jornadas de viaje por mar hasta Tánger. En este viaje Marina tendrá conversaciones con el espectro de su marido fallecido, todo en un velero que bordeará la costa sureste española hasta llegar al estrecho y a las costas africanas. Lo primero que llama la atención es la cuidadísima escenografía del maestro Curt Allen junto a Leticia Gañán. Una estructura que bellísima en equilibrio, que se balancea y mueve al gusto y que hace que tanto Marina y Óscar permanezcan siempre en tensión, en equilibrio. Bella iluminación firmada por Valentín Álvarez y música de Fernando Velázquez.

En escena Cuca Escribano acompañada por Miguel Ángel Muñoz. Defienden con valentía un texto que empieza con algo de letargo pero que a medida que la travesía avanza crece en interés, en especial al descubrir que la pareja quizá no era tan perfecta ni idílica como pensábamos en un principio. Hay momentos para la poesía, la épica y la rabia. Se acentúan por encima de lo necesario algunos sufrimientos y dolores, pero no desmerecen el relato. Posiblemente a medida que las funciones se sucedan, el tono se irá adecuando sin la necesidad de acudir al sufrimiento algo desmedido. Se le ve más cómodo a Miguel Ángel Muñoz que a Cuca Escribano en escena. Es cierto que el recorrido del personaje de Marina necesita de un abanico mucho más amplio de emociones y reacciones que poco a poco se aposentarán. El tándem deja momentos de belleza entre equilibrios y maniobras de navegación.

El síndrome del copiloto es un montaje de gran belleza visual que entra más por lo que sugiere que por lo que cuenta. Un ya conocido desenlace que no por ello no emociona al público. Una historia de superación y descubrimiento personal. Un sobreponerse a la tragedia y un saber encajar las tormentas de la vida.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau.

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