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01.04.2022 Críticas  
El demonio del abuso

El Teatro Real de Madrid sorprende gratamente con este nuevo montaje de El Ángel de fuego de Sergéi Prokófiev. Una nueva producción que bajo la intensa mirada de Calixto Bieito remueve más de una conciencia en el tan a veces regio patio de butacas del Real.

La historia de la gestación de El Ángel de fuego es harto convulsa. Sergéi Prokófiev luchó y penó hasta la extenuación para verla representada. No fue hasta dos años después de su muerte que por fin se representó como ópera, después de que algunas de sus partes hubieran formado parte de varios conciertos y recitales. La truculenta historia que cuenta El ángel de fuego está sembrada de simbolismos y dobles lecturas, algo que en la época era difícil de digerir.

Hay algo de reverencial en esta propuesta. El hecho de que Prokófiev naciera en la ahora invadida Ucrania, que el himno nacional de dicho país se interprete antes de cada representación ya proporciona una emoción especial a la ocasión.

Renata es la protagonista de esta historia. Una mujer en apariencia trastornada, sobre la que pesan sospechas de alguna asociación demoniaca. Un viajero de nombre Ruprecht aparece en esa especie de posada de los monstruos donde vive Renata. Esta le confunde con un hombre del pasado del que estuvo enamorada. Eso desencadenará que los resortes de la mente de Renata de desaten y lleguemos a conocer la vida de abusos sexuales a la que fue sometida y que la tienen atenazada en las sombras. El final no es feliz, es víctima de la burla y vilipendiada. Poco puede hacer Ruprecht por ella en un mundo de traumas y sombras.

El papel de Renata es uno de los más complejos que he visto últimamente en el Teatro Real. El despliegue vocal que requiere, el hecho de estar casi permanentemente en escena en las dos horas que dura la ópera, el trauma que lleva encima, todo convierte ese papel en uno de complicada ejecución. La lituana Ausrine Stundyte se lleva de calle al respetable, provocando una ovación final más que merecida. Leigh Melrose como Ruprecht le va a la zaga, con una corpulencia impactante, compone un personaje con más sombras que luces. El resto del elenco formado por Dmitry Golovnin, Agnieszka Rehlis, Mika Kares entre otros, está sobradamente preparado y a la altura de tan exigente montaje.

Mención especial para Calixto Bieito que nos lleva a una época no lejana, con una gran casa giratoria que nos muestra las distintas estancias que conforman la mente de la atormentada Renata. Un prodigio escenográfico que debería reportarle muchas alegrías al equipo creativo. Visualmente impactante y claustrofóbico.

El fantástico Coro del Teatro Real hace una breve pero intensísima aparición en la parte final, ofreciendo una vez más muestras de su buen hacer. La orquesta suena acertada bajo la batuta de Gustavo Gimeno, a quien nos gustaría verle más a menudo por tierras madrileñas.

El ángel de fuego es de esas óperas que hay que digerir lentamente, de complejo visionado pero de alargado disfrute. Un plato fuerte que pone al Teatro Real de Madrid en ese lugar de los que arriesgan y triunfan.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau.

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