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31.03.2022 Críticas  
Recuérdame

Ramón, la tragicomedia vintage de Mar Monegal (autora y directora) y Francesc Ferrer (actor y músico) en coproducción con Eòlia I+D, ha vuelto a pisar los escenarios de la ciudad condal (Teatre Poliorama de Barcelona) para hablar de la familia, el compromiso y la eterna juventud.

Ramon se acaba de separar de Patri y, mientras busca piso, se instala en la habitación de adolescente de casa de sus padres. Allí se reencuentra con su guitarra, la bici estática y un montón de cassetes que le transportan a los años 90. Desde la seguridad de su habitación rememora su pasado, pero lo que no se imagina es que, en el presente más inmediato, su vida está a punto de cambiar y convertirse en una auténtica montaña rusa.

Para los Millennials aquí presentes, Ramon se convierte una historia con la que identificarse fácilmente. La representación de un alto en el camino de una persona que, tras una ruptura sentimental que no se veía venir, debe replantearse su identidad e implicación personal con todos sus mundos: familiar, sentimental y profesional. Él, que pensaba que su vida se había encauzado casi por generación espontánea, debe replantearse su existencia por completo.

Ramon se presenta como un monólogo a un público siempre presente. Ramon (Francesc Ferrer), siempre habla al público; el cual en muchas ocasiones interpela esperando una reacción. Como parte virtual del montaje, nosotros somos algo similar a su psicólogo. Somos el personaje al que le explica sus conflictos emocionales, quien lo escucha mientras se queja, quien se alegra o simplemente quien rehuye la situación. Somos, sencillamente, una pieza del engranaje que siempre está dispuesta a ayudarle en su viaje emocional.

Mar Monegal, autora y directora de la obra, nos presenta una historia llena de ternura, emoción y dureza. Un recorrido dramático que trata temas tan variados (y a la vez relacionados) como la pérdida, el recuerdo, la memoria o la (in)comprensión.

El texto que nos presenta transita de un modo más ligero y desenvuelto al principio hasta llegar, progresivamente, a un último tramo mucho mas sobrecogedor. En un inicio, el espectáculo nos habla de la historia directa de Ramon y de porqué está en su habitación de adolescencia. La cara A de una historia que parece enfocada al tema de la eterna juventud, a la negativa a abandonar un tipo de vida que, pasados los 40, será difícil de asumir. Una exploración de ilusiones profesionales estancadas, de relaciones que no avanzan, de sueños que desaparecen… Temas básicos de la vida que los que estamos rozando los 40 años comprenderemos rápidamente.

Pero todo cassette tiene dos caras y, en ocasiones, la cara B suele ser muy diferente. Lo que parecía una comedia generacional muta en algo más serio ahondando en la relación materno-filial. Así, Ramon nos presenta una relación de consanguinidad sincera (y dura) que cambia completamente el ritmo de la obra. Un cambio de registro que hace que su personaje principal se transforme poco a poco, abandonando el complejo de Peter Pan que arrastra para transicionar al adulto en el que se debe convertir.

La propuesta escénica que nos presenta Mar Monegal parece sencilla y repetitiva pero no lo es en absoluto. El tiempo pasa mientras Ramon parece no avanzar pero, realmente, sus cavilaciones, sus sentimientos intrínsecos, sus monólogos con sí mismo (y con nosotros), le hacen dar pequeños pasos que le ayudan a progresar en el entendimiento de la vida y en su orden. De una forma casi imperceptible, él cambia pero su alrededor también. Ramon ordena el espacio al mismo tiempo que ordena su mente. Para poder conseguir esta hazaña, la obra cuenta con la escenografía de Anna Tantull quien, mediante un espacio blanco lleno de cajas, pósters, discos, guitarras y diversos objetos que rememoran nuestra adolescencia, nos atrapa aun más dentro de la obra. Junto a ella, alabar el diseño de luces de Conchita Pons, quien juega con los colores sobre este blanco nuclear, y los audiovisuales de Toni Roura que nos ayudan a describir los sentimientos que Ramon está viviendo.

Por su parte, Francesc Ferrer nos presenta una interpretación cercana y veraz. Su Ramon, que podría recordarnos vagamente a uno de nuestros amigos apunto de llegar a la cuarentena (o a nosotros mismos), transita continuamente entre sentimientos complicados que le cuesta gestionar. Ramon es un personaje transparente y humano que, en ocasiones, se vanagloria de su vida y de lo conseguido pero que, en otros momentos, vemos sufrir profundamente bajo un paraguas de emociones honestas. La progresión que el personaje realiza de la mano de Ferrer es mágica.

La obra Ramon que podemos disfrutar en el Teatre Poliorama de Barcelona tiene la capacidad de combinar comedia y drama de una forma honesta y emocional. Una montaña rusa de cambios que nos ayudará a entender un poco más, no solo a Ramon, sino a nosotros mismos.

Crítica realizada por Norman Marsà

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