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01.03.2022 Críticas  
No hay mejor teatro que el que se escenifica en un funeral

La compañía teatral afincada en Sitges, La Cubana, vuelve al Teatre Coliseum de Barcelona para acercarnos su nueva creación: Adeu Arturo. Un espectáculo que ya ha girado por territorio español y que finalizará en la ciudad condal con el que, como siempre, celebran la vida (esta vez, de forma literal).

La Cubana es de esas compañías teatrales que no tienen término medio: o te gustan, o no te gustan. Sus esperpénticos espectáculos, llenos de ironía fina (y gorda, como diría Joaquín Reyes) arrojada directamente a la cara de su público, son tan perfectos y bien armados que se convierten en toda una religión que seguir. A mí que me pregunten, pero yo creo en La Cubana.

Lo que ellos montan en escena y fuera de ella -solo hay que acudir a uno de sus estrenos para verlo- es perfecto. Ellos empoderan el mundo kitsch, las exageraciones pretenciosas, la grandiosidad del teatro de la vida. Porque, como ellos mismos dicen: «la vida es teatro y ellos están ahí para mostrárnoslo».

Esta vez, La Cubana no se queda corta y nos habla directamente de la vida a través del teatro mas grande que podemos vivir: un funeral.

En un funeral, todos somos perfectos. Nadie tiene -o no debería tener- palabras malsonantes para el de cuerpo presente. Por muy hijo de **** que haya sido en la vida, siempre es alguien a quien todos quieren y aprecian. Este no es el caso de Arturo Cirera Monpou, un mecenas y querido escritor, pintor, director de teatro y de cine (este hombre ha hecho de todo) y a quien todo el mundo quiere. El mundo de la farándula se une para ofrecerle su último adiós en su velatorio y este, como no, no podía ser más especial. Arturo no quería llantos, quería disfrute. Que su funeral fuera una celebración de la vida y, la verdad, tras la pandemia y el poco trabajo teatral, La Cubana decide reinventarse de nuevo y celebrar este adiós como ellos celebran: a tutti colori.

Por este funeral especial pasarán cantantes internacionales, personalidades del mundo de la cultura y multitud de asociaciones en las que Arturo participaba activamente y que desean darle este sentido homenaje a su difunto amigo. Tal es la situación y el interés creado, que el funeral se realiza en un teatro (aka el Teatre Coliseum de Barcelona) de alta capacidad y, lamentablemente, deberá sortear qué personalidades subirán a escena para poder ofrecer su último adiós al querido mecenas. El tiempo apremia, somos muchos y no todos podrán decir la suya. Puede que esta no sea la mejor opción, pero es la que hay.

La Cubana y su excelente reparto nos presentará así una primera parte ostentosa y deliciosa que muestra la faceta camaleónica de su fantástico elenco. Todos y cada uno de los artistas que integran el espectáculo presentan el alto nivel de interpretación que La Cubana predica y, por Dios (que Arturo lo confirme), no hay personaje que no sorprenda al público. Las creaciones marcadas por guión se exacerban cuando el actor o actriz lo planta en escena presentando personajes con los que llorar (de risa). Destacar, en esta primera parte, el gran trabajo de Víctor G. Casademunt, Nuria Benet y David Ramírez como extraños y admirables personajes en escena. Creo que no he disfrutado tanto de ellos como en esta función. ¡Bravo!.

Por otro lado, con La Cubana un funeral no es suficiente y, efectivamente, la segunda parte del espectáculo radica en la historia de la familia del fallecido. Una familia que vagamente nos puede recordar alguna conocida (o propia). Esa típica familia que se vanagloria de querer y amar a la persona que partió pero, a la cual, poco caso le han hecho hasta que llega el momento del testamento; donde todos quieren poner la mano. Una familia que se ve desplazada de atención en la primera parte (que momento tan mágicamente armado) y que, en la segunda parte vivimos en todo su esplendor.

En dicha segunda parte, disfrutamos de la otra cara de La Cubana. La creación de personajes cercanos (y nada extraños para el público) pero que, a su vez, llevan al extremo como tanto nos gusta. Ahí es donde radica la magia de la compañía teatral. Donde nos muestran (en formato de comedia), la realidad más cruel de la familia cuando uno de sus integrantes está a punto de abandonar este mundo. Una segunda parte fantástica donde todos los artistas brillan casi por igual con la excepción del derroche actoral que muestra Annabel Totusaus como cabeza de familia. La mas experimentada de todos/as en el «genero cubanero», presenta el rol de la sobrina carnal de Arturo. Ella, batuta en mano, decide y controla a todo el núcleo familiar. Totusaus empodera el espíritu de la compañía para presentarnos una segunda parte hilarante que nos trae ese espíritu cubanero por excelencia.

Remarcar también la fantástica dirección que Jordi Milán impregna en su compañía. La Cubana es él y, sin él, la compañía no podría seguir. El estandarte del teatro catalano-pasional nos presenta una historia divertida y alocada que ha estado años guardada en un cajón esperando a ser revisada. Ahora, pandemia mediante, Milán ha dado el paso de reírse de una parte de la vida de la que no se habla. Un gran acierto que, sin duda, llenará el Coliseum noche tras noche.

Por último, alabar el gran trabajo del equipo creativo que ayuda a que esta función sea tan espectacular: hermanos Castells Planas (escenografía), Cristina López (vestuario), La Bocas (caracterización), Aleix Costales (iluminación), Lila Pastora (diseño gráfico) y Joan Vives (composición musical).

La Cubana ha vuelto a la ciudad condal para celebrar, una vez más, la vida a través del teatro. Y no hay mejor teatro que el que se escenifica en un funeral.

Crítica realizada por Norman Marsà

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