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01.02.2022 Críticas  
Romance en signos

La Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid se transforma en un piso compartido donde seremos testigos de un año en la vida de Jaime. Manual básico en lengua de signos para romper corazones, escrita y dirigida por Roberto Pérez Toledo es un montaje inclusivo, tierno y esperanzador.

No es fácil encontrar teatro con protagonistas sordos. Se agradece inmensamente que el Centro Dramático Nacional haya hecho hueco a esta propuesta integradora que enlaza el mundo oyente con el mundo de la lengua de signos. Roberto Pérez Toledo, conocido por su faceta de director de cine, con una legión de seguidores ansiosos de ver sus cortos en Youtube se ha lanzado a la piscina de dirigir una obra de teatro a partir de uno de sus cortos más reconocibles.

En ese corto veíamos el encuentro fortuito y romántico entre Jaime y Lucho. Un encuentro que giraba en torno a la dificultad de comunicarse. Lucho es sordo y Jaime no habla lengua de signos. Lo que si dejaba claro el corto es que en el amor basta con abrir los sentimientos. La obra recién estrenada nos lleva a descubrir el después de ese encuentro. Lo que ocurre entre dos chicos enamorados que deben vencer un complicado problema, el de comunicarse más allá de los besos.

Dos protagonistas entregados, Jaime, interpretado por Enrique Cervantes y Lucho encarnado por Carlos Soroa. Completan el reparto Aarón Caldas como Pote, compañero de piso de Jaime y María José López como la hermana de Lucho. La historia transita entre los problemas de comunicación, el amor inexperto, los celos, armarios cerrados, piscinas hinchables, plantas que se mueren y por encima de todo mucha mucha ternura y algo de historia ya contada.

La escenografía del maestro Alessio Meloni esconde algún secreto que no vamos a desvelar, pero que permite un juego de armarios que se abren y cierran, de estancias transparentes como los sentimientos de los dos protagonistas. Enrique y Carlos llevan el peso de la historia. Juventud y arrojo se dan de la mano en ambas interpretaciones, si bien el punto dramático les queda un poco desdibujado, el conjunto consigue pellizcar en varias ocasiones. Se agradece el papel desengrasante de Aarón en el complejo mundo de la comunicación. María José López añade un contrapunto que termina encajando en el cuadro.

No es esta una historia desconocida, es real, creíble y quizá algo previsible. A pesar de eso, hay una intencionalidad y un mensaje que cala en el espectador. Marca de la casa, marca de Roberto Pérez. Un canto por la inclusión, no solo sexual, sino de todo tipo. Por la aceptación del distinto. Un grito de esperanza, algo edulcorado, aunque nunca viene mal algo de dulce para pasar el trago de estos tiempos convulsos.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau.

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