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26.01.2022 Críticas  
Confuso Appassionato

Matarile, en coproducción con el Centro Dramático Nacional y el apoyo de Agadic-Xunta de Galicia, presentó el pasado 22 de enero en el Teatro María Guerrero de Madrid y en estreno absoluto su último montaje: Inloca. Pieza que forma parte de la trilogía De la fragilidad que comenzó con El diablo en la playa y terminará en 2023 con Europa después de la lluvia.

Para empezar, decir que es difícil describir Inloca. Lo que Matarile produce y representa no es propiamente teatro ni danza contemporánea, tampoco es performance, es un híbrido de muchas disciplinas que arroja un lenguaje escénico propio.

En este montaje, su creadora Ana Vallés, plantea Inloca (“In loca”, libremente del latín: “lugares a donde”) como una metáfora sobre la necesidad que tienen los humanos de entrar en lugares desconocidos sobre los que tienen poco o nulo control. Vallés construye para ello nueve piezas independientes a los que llama «subtítulos», que define como propuestas «que pueden ser capítulos, que son motivaciones»: El diablo en la playa; El paraguas de Deleuze; La habitación de Tarkovski; El vientre de la vieja; El traslado del cadáver; La forma del cerebro; Europa después de la lluvia; El café de Steiner, los estrategas; y la muerte de Mickey Mouse.

Cada capítulo o subtítulo se despliega en sí mismo como un universo independiente plagado de citas y reflexiones de distintos artistas, escritores y filósofos, piezas musicales (desde el soul al rock o la salsa) y danza que lleva a cabo un elenco con nueve integrantes procedentes de distintas disciplinas: el teatro, el clown, la danza o el circo, entre otros.

La capacidad de Ana Vallés para crear atmósferas casi cinematográficas es fascinante y la excelente labor que hace el co-fundador de Matarile, Baltasar Patiño, en el diseño de espacio, iluminación y sonido dan como resultado escenas de una estética magnética. Pero quizá aquí esté la incongruencia del montaje. Sólo es capaz de crear escenas inconexas, de gran belleza o incomodidad, hipnóticas pero vacías. La obra no tiene la fuerza de un texto que la sostenga. No todas las citas y reflexiones que salpican las piezas tienen el mismo calado intelectual y entre ellas se cuelan frases de calendario. En algunas ocasiones, resultan descontextualizadas y acaban resultando crípticas por momentos. Las piezas de danza son sugestivas pero no están vertebradas, faltando una verdadera relación entre el creador y el público para que la performance impacte.

La duración excesiva del montaje tampoco ayuda con ello. Es cierto que la rapidez y número de elementos que esta compañía pone en escena impiden que la atención decaiga, pero incluso así la capacidad para procesarlos del espectador más fiel se satura.

Matarile tiene la valiosa virtud de ser personal, único y reconocible pero hay algo excesivamente estético y poco significativo en esta producción. Mantiene nuestro interés y seduce la mera contemplación de esta incesante sucesión de imágenes y sonidos que transitan con hipnótica belleza. Pero, Inloca no culmina en su aspiración a Intermezzo Appassionato, tal como definen a esta segunda pieza de la trilogía. Le falta pasión.

En definitiva, Inloca es una magnética y fascinante fusión de lenguajes concebida para brillar que no transgrede. La plasticidad de sus imágenes es potente pero efímera ofreciendo un concepto que resulta confuso.

Crítica realizada por Diana Rivera

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