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15.12.2021 Críticas  
Teñido de rojo sangre

Uno de los títulos de madurez de Giuseppe Verdi, Rigoletto, ha regresado al Gran Teatre del Liceu de Barcelona con la célebre producción firmada por la directora de escena holandesa Monique Wagemakers. La directora presenta una ópera desnuda, con una escenografía minimalista y moderna que permite profundizar en una reflexión desgarradora y actual sobre los abusos de poder.

Rigoletto es una ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Francesco Maria Piave, basado en la obra teatral ¡Oh! Le Roi s’amuse (El rey se divierte), de Victor Hugo. Estrenada en 1851, la obra forma parte de la trilogía popular operística que compuso Verdi a mediados de su carrera junto a El Trovador y La Traviata (1853).

Rigoletto se desarrolla en Mantua en el siglo XVI y cuenta la historia de un bufón amargado y jorobado que vive con su hija secreta, Gilda. El Duque de Mantua, su señor, ignora que es su hija y la seduce haciéndose pasar por un estudiante. Luego la viola antes de encerrarla en unas mazmorras. Rigoletto logra liberarla y trama una terrible venganza para hacer pagar la afrenta al libertino, pero por error termina apuñalando a la joven. Un drama de pasión, engaño, amor filial y venganza que tiene como protagonista al mismo bufón de la corte del ducado de Mantua.

La exuberante producción que podemos disfrutar en el Gran Teatre del Liceu es la que se estrenó en 2009 en el Teatro Real de Madrid, firmada por Monique Wagemakers. Una producción minimalista y moderna atravesada por un angustioso claroscuro que nos permite ahondar en una reflexión desgarradora y actual sobre los abusos de poder. Como contrapunto, el rojo sangre de un vestuario renacentista acentúa el dramatismo de esta obra protagonizada por un antihéroe.

Wagemakers nos presenta una versión exquisita, muy bien cuidada y con un nivel de control vocal extremo. Visualmente, la ópera es muy distinta a lo que estamos acostumbrados y eso hace que no podamos apartar la vista ni por un instante del escenario. Los tiempos, las actuaciones, la coreografía de movimiento marcado en escena y la apariciones de los personajes y coro por los recovecos de una escenografía cambiante y sorprendente, hace que esta versión de Rigoletto entre en la lista de las producciones más especiales disfrutadas en el teatro.

Remarcar también que, con esta versión escénica, Wagemakers quiere acercar la realidad de la violencia inherente en esta ópera a la actualidad, señalando que se trata de temas que aún hoy generan debate: violencia dentro de la familia, violencia contra las mujeres, a veces camuflada de protección, consentimiento a la hora de mantener relaciones sexuales, etc. Temas que siguen vigentes en nuestra sociedad y que deben ser mencionados en nuestros escenarios con la intención de tomar consciencia.

La escenografía creada por Michael Levine es sorprendente. Lo que parece ser un cuadrilátero preparado para la pelea entre el bufón y el ducado, se convierte en un ente cambiante que nos deja boquiabiertos. Cuando parece que ya conoces su funcionamiento, este muta para ofrecernos otra perspectiva, otra visión; creando un desconcierto sin fin que solo finaliza al cerrar el telón. Nunca una escenografía que parecía tan sencilla a simple vista, se ha convertido en algo que alabar. Precioso trabajo de Levine.

Junto a la escenografía, debemos resaltar el trabajo de iluminación realizado por Reinier Tweebeeke. Los claroscuros que la directora utiliza en escena para reafirmar estos abusos de poder de la corte a sus súbditos son, sencillamente, fascinantes. Ya no solamente el juego lumínico que la misma escenografía tiene intrínseca en su estructura, sino la iluminación que se crea externa a esta es, sencillamente, perfecta. El momento en el que por primera vez vemos a Gilda, se convierte en un sueño mágico en lo que de escenografía e iluminación se trata. Ese asombroso juego con la escalera sin fin nos muestra la soledad. Lo mismo ocurre en los juegos lumínicos con el coro quienes crean una sensación de impotencia para los personajes más desfavorecidos y que nos deja sin palabras cuando las pareces parecen mutar bajo un manto rojo sangre que nos premoniza el final de la historia.

También reseñar el excelente trabajo de vestuario realizado por Sandy Powell. El precioso vestuario rojo de Venecia, acentúa el maltrato, la búsqueda de identidad y el abuso de poder sobre los impotentes: el Duque sobre Rigoletto y este último sobre su propia hija.
Cada personaje principal porta un vestuario con un color rojo distinto definiendo su estatus social. Por su parte, Gilda, como joven libre y pura lleva un vestido vaporoso que nos deja entrever un personaje dulce que nunca ha sido tocado. Por otro lado, en consonancia con su estatus social de bufón, Rigoletto nos presenta una capa multicolor que nos indica que no es nadie. Solo un vulgar divertimento para su señor. En ocasiones, en las que denota ser un hombre de apie, Rigoletto se deshace de su capa, quedando en mangas de camiseta y mostrando su verdadero ser. Powell nos presenta un vestuario asombroso digno de la ópera a la que viste.

En lo que a las interpretaciones actorales se refiere, Rigoletto tiene una gran conexión con el bel canto que necesita de una interpretación excelente. La preciosa partitura que nos presenta Verdi necesita una gran madurez interpretativa y una excelente capacidad vocal. Así, pudimos disfrutar de una noche perfecta escuchando a Benjamin Bernheim como el Conde de Matua, a una impecable Olga Peretyatko como Gilda, y a un entregado y sufridor Christopher Maltman como Rigoletto. El trío protagonista nos ofreció una sobresaliente interpretación de la que no pudimos despegarnos en absoluto. Un derroche de sabiduría e interpretación vocal extrema que hizo las delicias de un público que no podía contener sus aplausos. Junto a ellos, disfrutamos de Rinat Shaham, Laura Vila, Mattia Denti, Michal Partyka, Moisés Marín, Stefano Palatchi, Sara Bañeras y Helena Zaborowska quienes les acompañaron en escena y nos deleitaron con unas interpretaciones fascinantes.

Por último, reseñar una vez más el excelente trabajo de la orquesta y el coro del Liceu. Ópera tras ópera, el Coro del Gran Teatre del Liceu demuestra que el trabajo que realizan es del más alto nivel interpretativo y vocal. Por su parte, la Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu, capitaneada esta vez por el maestro Daniele Callegari, veterano de la ópera europea y gran conocedor de la ópera verdiana, nos regaló una magnífica y precisa interpretación de la partitura de Verdi que ayudó a elevar (si aun más cabe) una noche perfecta en la ópera.

El Gran Teatre del Liceu no ha podido programar una ópera más perfecta que Rigoletto para cerrar el año 2021. En todos los sentidos, un lujo a disfrutar sobre las tablas del gran teatro barcelonés.

Crítica realizada por Norman Marsà

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