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14.12.2021 Críticas  
En voz de mujer

Victoria viene a cenar nos descubre cada viernes en los Teatros Luchana de Madrid una conversación imaginada entre dos grandes intelectuales, Victoria Ker y Clara Campoamor. Las dos intentarán defender sus posturas ante uno de los hitos más importantes de la historia española contemporánea: la lucha por conseguir el sufragio femenino.

Clara Campoamor (interpretada por Tiffani Guarch) ha invitado a Victoria Kent (interpretada por Rebeca Fer) a cenar. Es un evento importante. Campoamor y Kent habían protagonizado uno de los debates parlamentarios más vibrantes y definitivos en la historia del feminismo. El 1 de octubre de 1931 las cortes constituyentes de la II Republica discutían el sufragio femenino. Campoamor era su máxima defensora. Lideraba con pasión esa lucha pero enfrente se encontraba no solo la mayor parte de la cámara sino también una mujer. Esa mujer era Kent. Victoria no negaba el voto pero defendía que la mujer de los años treinta en España carecía de suficiente madurez política y abogaba por posponer el debate a un momento posterior.

Ambas mujeres se encontraron frente a frente en la tribuna y una perdió. La votación se llevó a cabo, de hecho en dos ocasiones, y en ambas se reconoció a la mujer su derecho a votar. Clara Campoamor conquistaba así la piedra angular del feminismo. Victoria había perdido el debate y la votación pero también el reconocimiento futuro. Aquel episodio opacó su obra. Sus logros como mujer quedaron empañados por aquel error.

Ese pasado ha teñido la relación entre las protagonistas de esta obra. Desde aquel otoño de 1931, una conversación quedó pendiente entre ellas. Clara ansía una explicación pero también una disculpa y se esmera por crear con esa cena un entorno agradable que favorezca la conversación. Ha cocinado toda la tarde, ha comprado abundante vino y se muestra francamente nerviosa o excitada.
Clara se ha propuesto que esta noche sea catártica. Su lenguaje es acelerado, entusiasta, refleja sin aliños el triunfo. El de Victoria, sin embargo, es todo lo contrario. Accede al salón con timidez o cautela, en actitud defensiva. Se siente incómoda y no lo disimula. Rebeca Fer lo transmite notablemente con todo su físico. Está dispuesta a hablar pero no a resucitar los ecos de aquel debate. Todo en ella desvela que en el fondo palpita algo más que el orgullo por la votación perdida. Hay una mancha dolorosa que Victoria quiere eludir.

Esta conversación nunca llegó a producirse en la realidad. La dramaturga Olga Mínguez Pastor, toma esta licencia para recrear un diálogo que se desarrolla en un espacio y sobre todo un tiempo indeterminados. No es el pasado, ni el presente. Es un espacio atemporal en el que estas dos mujeres hablan sin rumbo ni premisas recorriendo sus biografías. En la potente primera persona escuchamos el horror de la guerra y el exilio, sus luchas y sus logros pero sobre todo su ocaso y el ostracismo político que ambas sufrieron al final de sus vidas.
Hay reproches soterrados y también sincero respeto entre ellas, incluso en el momento de abordar el espinoso tema que Clara busca y Victoria rehúye. Hay tensiones que estallan y mucho texto. Un texto bello y difícil en el que el peso es profundamente discursivo. Una prueba de calidad para estas dos actrices que ambas en sus respectivos registros superan brillantemente.

Tiffani Guarch construye una Clara Campoamor pasional y vibrante. Hay una luz vital en ella, que sin embargo se apaga al hablar del exilio y se retuerce con ira contenida cuando relata su ocaso político. Por su parte, Rebeca Fer dibuja una Victoria Ker compleja y equilibrada. Hay mucho autocontrol en ella, desde la economía de sus movimientos a su vestuario, extraordinariamente bien elegido. Pero la contención de Victoria está viva y se mueve con las mareas de fondo de una mujer pasional. Revienta a veces aunque rápidamente se recoge.

Victoria viene a cenar sorprende con un texto innovador e inteligente que rompe todas las estructuras convencionales, incluyendo el respeto a la cuarta pared y en general los hilos temporales. Avanzamos y retrocedemos sin orden en la biografía de estas mujeres, al ritmo que lo hace su conversación, sin embargo la obra no pierde por ello el equilibrio ni el magnetismo. De hecho, en el segundo acto, asistimos a un homenaje histórico. Ambas actrices recrean parcialmente el polémico debate del 1 de octubre de 1931. Esto nos permite conocer con precisión cual fue el contenido de sus respectivos discursos, el tono y el fondo. Este pequeño intermedio además actúa como un punto y seguido en la conversación entre las dos mujeres y nos prepara para un tercer acto en el que el tema circunvalado clama por hacer su catarsis.

En definitiva nos encontramos ante un bello recurso para trazar una semblanza sobre el legado de dos mujeres excepcionales que cambiaron la historia y que el tiempo ensombreció. Una oportunidad para acercarnos a sus logros y plantear la pregunta que Clara Campoamor desea secretamente formular: ¿Victoria Ker se arrepintió alguna vez de su decisión?

Victoria viene a cenar es un alegato a favor de dos mujeres fuertes y frágiles y un recorrido por sus contradicciones y sus diferencias, pero también por sus coincidencias y comunes anhelos. La oportunidad de conocer a estas dos intelectuales y disfrutar de dos actrices inspiradas en un montaje sencillo en el que prima el texto y una brillante interpretación.

Crítica realizada por Diana Rivera

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