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24.11.2021 Críticas  
Partículas que marcan el alma

El Teatre Akadèmia de Barcelona presenta estos días la obra Partícules Paral·leles. Una producción de The Amateurs Company formada por tres historias entrelazadas cosidas con un mismo hilo temático: la exploración de las relaciones humanas en el siglo XXI. Una obra que nos asusta profundamente enseñándonos un posible futuro cercano de las relaciones personales.

Partícules Paral·leles, el título de la obra, hace referencia a un fenómeno descubierto por Albert Einstein llamado quantum entanglement. Este hallazgo afirma que existen partículas que, aun estando situadas en puntos muy distantes del Universo, pueden desarrollar un comportamiento paralelo (es decir, un estímulo aplicado a una de ellas tiene un efecto en la otra). Este descubrimiento, observado pero todavía inexplicado, es uno de los misterios más singulares a los que se enfrenta la ciencia actual.

En el caso de la obra que nos ocupa, esta premisa se cumple perfectamente en una producción que indaga en la exploración de las relaciones humanas en el siglo XXI. Cómo planteamos ahora las relaciones personales y, sobretodo, cómo estas cambian constantemente. Nadie es extraño al gran salto que las relaciones personales han realizado estas últimas décadas. El avance tecnológico constante, las nuevas formas de relación social (internet, apps…), los nuevos modelos familiares y, sobretodo, el ritmo frenético y sin pausa a lo que estamos expuestos en este primer mundo.

En Partícules Paral·leles se presentan tres dispositivos tecnológicos que forman (o formarán próximamente) parte de nuestro día a día. En Japón existe una plataforma que permite alquilar personas para que se hagan pasar por miembros de tu familia. Esto permite, por ejemplo, que chicas que no tienen pareja, y sienten la enorme presión social y familiar de tenerlas, puedan alquilar a alguien por horas para que las acompañe cada domingo a la casa de los padres, a comer, las lleven al cine, construyendo así una identidad falsa.

En Estados Unidos, uno de los mercados con mayor crecimiento en los últimos meses es el de androides de compañía. Humanoides de silicona con un sistema de inteligencia artificial (similar a Siri) con el que aprenden de cada interacción con los seres humanos, y que les permite desarrollar un carácter o personalidad propia (bastante primitiva). En Estados Unidos y Japón, existen personas que han legalizado sus relaciones de hecho con androides, hologramas o, incluso, sistemas operativos.

Por último, algo que queda más cerca a la población de nuestro país, es el uso de las tecnologías. Cómo las redes sociales copan nuestras vidas, cómo internet sabe todo de nosotros (porque nosotros se lo hemos dicho) y, cómo la gente hace uso de ellas en beneficio propio (no entraré en el debate del buen o mal uso).
A veces, desearíamos no estar localizables 24/7 y poder desaparecer pero con un smartphone en nuestro bolsillo; esta hazaña es harto imposible. Si lo extrapolamos a la pubertad, un avance como la tecnología puede pasar de ser algo útil a convertirse en una pesadilla. El bullying o el acoso están a la orden del día y, en las vidas de nuestros adolescentes y su uso extremo de las redes sociales, la tecnología puede ser una lacra.

Ivan Andrade, autor y director, nos presenta una obra con un ritmo frenético y sin pausa que salta de historia a historia para enseñarnos en qué nos hemos convertido y cómo ello está afectando a la sociedad. Drama, comedia y tragedia se juntan para darnos un bofetón en la cara que nos despierte de un letargo donde avanzamos tecnológicamente pero involucionamos socialmente. Lo que aquí se cuenta es, en ocasiones, tierno, amable y útil. Pero ya sabemos que el ser humano tiende a la destrucción y, lo que en manos de uno es una mejora, en manos de otro puede convertirse en un arma incontrolable.

Las situaciones que Ivan Andrade retrata son explícitamente duras y oscuras. Lo que, en ocasiones empieza como un divertimento, avanza paso a paso hacia un final inesperado y, a veces, abierto para disfrute del espectador. Dependiendo de la percepción de dramatismo que cada uno tenga, nuestra cabeza resolverá la situación que se nos plantea de una forma u otra.

Por otro lado, la acción de intercalar las tres historias que se nos presentan es altamente remarcable y agradecida. El juego que el director utiliza ayuda mucho en la trama. En algunos momentos, este coopera para destensar situaciones turbias y complicadas. En otras, está al servicio de crear ese estrés ambiental y necesario para que el público puede llegar a masticar el dolor que siente un personaje.

El trabajo actoral que realizan Àlex Sanz, Rina Ota, Roger Guitart, Laura Gaja, Andy Fukutome y Ivan Andrade es titánico. Todos, sin excepción, se dejan el alma en escena para enseñarnos una sociedad corrupta y poco empática. Una sociedad individualizada que solo piensa en sí misma sin importar lo que pueden sufrir sus semejantes. El yo por encima de todo.

Partícules Paral·leles es de esas obras que son como perlas. Obras difíciles de localizar en la cartelera, que se realizan en teatros pequeños, con el público bien cerca y que, una vez que las encuentras y te atreves a disfrutarlas, te explotan en la cara y te marcan en el alma.

Crítica realizada por Norman Marsà

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