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02.11.2021 Críticas  
El maricón del pueblo

El Teatro de la Abadía abre sus puertas a la nueva producción de la Fundación Teatro Joven dirigida por José Luis Arellano, Para Acabar con Eddy Bellegueuele, adaptación de la novela de Édouard Louis en la que el despliegue interpretativo de Julio Montañana y Raúl Pulido evidencia que son dos promesas a las que seguirles la pista.

Poco a poco avanzamos como sociedad. Ya somos conscientes de que la diversidad es un valor y no una afrenta, que la condición LGTBI de buena parte de nosotros es algo tan natural como ser diestro o zurdo, alto o bajo, rubio o moreno. Pero todavía nos falta entender porqué nos hemos comportado ante ello de manera tan abyecta y cómo evitar que muchas personas sigan siendo maltratadas y sufriendo por ello. En 2014 el mundo editorial francés se vio sacudido por la primera novela de un autor de 23 años en la que no solo mostraba sus heridas, sino que analizaba las fuentes que generaban tal violencia, la falta de educación emocional y la inexistencia de futuro de la sociedad rural y postindustrial, alejada de la sofisticación y la modernidad de las grandes urbes, en la que se había criado.

La británica Pamela Carter se encargó de adaptar teatralmente aquel relato que se vio por primera vez en el Festival Internacional de Edimburgo en 2018. Ese libreto llega ahora a España, traducido por José Luis Collado, con la impronta de saber que hubiera sido dirigido por Gerardo Vera si el destino no lo hubiera impedido. José Luis Arellano, alumno privilegiado suyo y creador en 2012 de La Joven Compañía, ha sido el encargado, en su lugar, de que Para Acabar con Eddy Bellegueuele tome cuerpo en la sala José Luis Alonso del Teatro de la Abadía.

Un texto exigente, con dos actores narrando e interpretando tanto a Eddy como al resto de personajes de su historia. Una puesta en escena en la que se simultanea la presencia sobre el escenario con la video representación de lo que allí se está relatando y con apoyos audiovisuales previamente grabados. Y una escenografía versátil con una pieza de carpintería sobre ruedas que sirve tanto para crear ambientes como para acoger las proyecciones diseñadas por Álvaro Luna, coordinada con el intenso y dinámico trabajo de iluminación firmado por Juanjo Llorens y envuelta en los diferentes espacios sonoros concebido por Alberto Granados y en los que la selección musical juega un papel fundamental.

Un puzle tan bien concebido como materializado sobre el que Julio Montañana y Raúl Pulido demuestran estar y sentirse como pez en el agua. No hay un segundo de descanso para ellos en un texto en el que la acción es continua y los cambios de ritmo son constantes. No hay un instante en que su versatilidad, capacidad y resolución no supere con nota el reto que supone para ellos este montaje. Un trabajo en el que tienen que manejar simultáneamente diversos registros interpretativos y lenguajes escénicos, sin dejarse afectar por los cambios de vestuario sobre el escenario, a vista del público, ni por ser ellos mismos los encargados de manipular los elementos que nos hacen pasar escénicamente de una atmósfera a otra.

Destacan a pesar de una propuesta más enfocada en la forma que en el fondo, en el lenguaje que presumimos del público adolescente, el de la simultaneidad de estímulos, la inmediatez de los mensajes y el efectismo de las redes sociales. En este sentido, la propuesta escénica de José Luis Arellano apabulla, resulta excesiva por su intensidad visual y sonora, lo que genera más ruido que refuerzo de su mensaje. Pero aún así, Julio Montaña y Raúl Pulido convencen y brillan. Aplausos para ellos dos.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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