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06.09.2021 Críticas  
Infame turba de nocturnas aves

El Teatro del Barrio de Madrid estrena la temporada dándonos la oportunidad de disfrutar de nuevo de 1940. Manuscrito encontrado en el olvido, excelente adaptación de Tolo Ferrà del segundo capítulo de Los girasoles ciegos, el conocido título de Alberto Méndez.

Toda narración literaria nos propone saltar de la realidad en la que estamos a este lado del papel o de la pantalla a la que nos propone su escritor, una transición que puede tener etapas intermedias si el autor expone cómo se documentó o tropezó con las coordenadas hasta las que nos traslada. Si este es el caso, su posterior adaptación -cinematográfica o escénica- puede jugar con esos engarces de manera metaliteraria tanto para desarrollar su propia propuesta como para acercarnos a aquella ficción de una manera que nos haga descubrir y percibir matices antes no captados.

Eso es lo que han hecho Tolo Ferrà y Nuria Hernando en su reescritura dramática de uno de los relatos que conforman Los girasoles ciegos, única obra de Alberto Méndez y que le valió póstumamente el Premio de la Crítica y Nacional de Narrativa en 2005. La manera en que Tolo y Nuria han trabajado el texto para hacerlo suyo, al tiempo que respetarlo y magnificarlo, es de una sencillez e inteligencia digna de admiración. Convence, no hay brizna alguna de artificio en su intervención, y cuando descubres cómo lo han hecho -no voy a dar pie a spoilers- produce asombro primero y fascinación después. Algo que redunda no solo en este aspecto de su trabajo, sino en todo cuanto conforma y ofrece 1940. Manuscrito encontrado en el olvido.

Su escenificación parte del hecho de la lectura, tarea de la que se encarga Lidia Otón (en la primera función de este pasado domingo, en las demás lo hará Patxi Freytez), quien desde el atril nos hace llegar cuanto recogió el diario de un joven que se refugió tras la Guerra Civil en un punto de muy difícil acceso en las montañas que unen y separan Asturias y León. Allí su mujer se puso de parto y comenzó una aventura de soledad y miedo, pero también de un delicado y sincero lirismo referenciado en nombres como Garcilaso de la Vega, Góngora (de ahí el verso que da título a esta crítica) y Lorca. Emociones y experiencias a las que Lidia ha insuflado -con la compañía del espacio sonoro y la música de Odin Kaban– tanto de vida como de autenticidad con su íntima y emotiva expresividad.

Oralidad que acompaña y se complementa con la representación de sus palabras en el centro del escenario. Ahí Miguel Álvarez y Xisca Ferrà interpretan a esa joven pareja que huye del horror y que, a lo largo de una hora de función, silentes pero tremendamente expresivos, transitan entre estaciones, estadios vitales, necesidades humanes y situaciones para las que uno nunca está preparado, pero a las que aun así es capaz de enfrentarse.

Lugar, vivencias y sensaciones asociadas, ambientadas, transmitidas y amplificadas con la árida escenografía de Susana de Uña y la sobria iluminación de Roberto Cerdá, así como con el original y discreto trabajo con distintos objetos de Leticia Alejos y Vera González. Juntos consiguen una vibrante emocionalidad que no cae en ningún momento en la sensiblería, la tragedia o el estoicismo; y que establece puentes entre la literatura y la realidad, pero que respeta también los límites y fronteras entre una y otra dimensión.

Originalmente un texto narrativo excepcional, 1940. Manuscrito encontrado en el olvido merece ser también conocido, gracias a esta adaptación dirigida por Tolo Ferrà y producida por Coma 14. Creaciones escénicas, como una emocionante experiencia teatral.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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