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16.06.2021 Críticas  
La épica del teatro como documento

La Villarroel de Barcelona acoge en temporada Alguns dies d’ahir. La última dramaturgia de Jordi Casanovas encuentra en Ferran Utzet un director capaz de dar con el equilibro entre el tumulto de los hechos políticos descritos y su impacto emocional (no por recientes menos recónditos) y transmitir tan delicado entramado a cuatro intérpretes que rozan la excelencia.  

No es demasiado habitual encontrar nuestra historia reciente puesta en escena fuera del formato documental más o menos estricto. Casanovas aporta forma y contenido dramático al respecto y consigue títulos que son deudores tanto de los hechos y personajes (anónimos o no) que reflejan sus piezas como de su rutilante capacidad de análisis y universalización a partir de la restitución y contextualización que aporta la distancia de una ficción situacional y familiar. Esto también sucede en sus dramas épicos. Si bien es cierto que, en ambos casos, la producción es prolija y cubre un espectro bastante amplio no lo es menos que el puente aéreo no termina de funcionar a nivel programático y resulta complicado tener acceso a la totalidad de títulos con los que el dramaturgo escenifica y relaciona el presente con nuestro pasado más inmediato. ¿Por qué? 

En cualquier caso, podemos relacionar directamente Aquests dies d’ahir con su fantástica Vilafranca (2015). Por extensión, también con Patria (2012) y en menor medida (o no) con Una historia catalana (2011). Familia, cotidianidad, política, identidad catalana. Lo que hasta ahora era una trilogía sobre esta última significación, encuentra en la propuesta que nos ocupa una bisagra engrasadísima, precisamente, entre estos dos géneros dramáticos. ¿Qué puede haber más épico que el sentimiento enardecido ante los hechos acontecidos durante los meses de septiembre y octubre del año 2017 en territorio catalán? Y, sin embargo, ¿no se ven estos mismos sucesos comprendidos a través del calado aprehensivo de los roles y vínculos que representan estos personajes tanto dentro como fuera del ámbito familiar que se recrea sobre las tablas? El desarrollo de cada uno de ellos se marcará otro tanto, a nivel ideológico y también como miembro de la unidad. 

Fronteras físicas que serán también mentales. El tratamiento de la contemporaneidad alcanza aquí su máxima potencia también a partir de ese espejo en forma de núcleo familiar que se desestabiliza (de ahí la hermandad con la pieza de 2015). Entonces los motivos eran quizá algo más internos o privados y servían para preguntarse cuestiones esenciales sobre la familia. Ahora a esto se suma el descalabro anímico y estructural ante unos hechos políticos difíciles de gestionar entre el posicionamiento, las contradicciones internas que asoman tras las convicciones más férreas y el ruido mediático.

Cinco encuentros en el comedor de casa. Siempre después “de”. Esta estructura dramática funciona muy bien y realmente la puesta en escena le hace justicia. El diseño del espacio de José Novoa (que también se encarga del vestuario) y la iluminación de Sylvia Kuchinow consiguen de un modo sencillo y efectivo que entremos en la intimidad del hogar, así como en los apartes más intrínsecos propiciados por los silencios de cada protagonista. La decisión de usar un giratorio resulta muy acertada. No tanto para marcar las fuerzas centrífugas o centrípetas de todo el asunto (que también) sino para aludir la direccionalidad cambiante de los acontecimientos con respecto a las expectativas generadas. En este contexto, incluso una parada es significativa, ya que remarca esa necesidad de tomar aire para volver a emprender el recorrido a través de la escucha, la empatía y la imperiosidad de ponerse en el lugar (también físico y espacial) del otro. En combinación con todos estos recursos, el sonido de Guillem Rodríguez consigue naturalizar el nivel conversación con el ambiental interior siempre en el plano adecuado y también incluye lo que sucede en el exterior de manera ilustrativa y equilibrada.

La dirección de Utzet facilita que el ritmo de la propuesta sea acorde y adecuado a los requerimientos y progresión del texto. Las transiciones están especialmente bien trabajadas, tanto a través de los distintos encuentros como de la evolución y recorrido emocional de cada personaje en función de sus motivos y porqués propios, así como de los acontecimientos sucedidos en el momento inmediatamente anterior y, lo más y mejor reflejado, la interacción entre los cuatro. La incidencia de los vínculos afectivos en el posicionamiento y viceversa. Esto era complicado de mostrar de manera alusiva y se ha conseguido con éxito a través de la escucha y complicidad escénica de los intérpretes. Juntos consiguen allanar el camino hacia esa necesidad de un final no excesivamente cerrado que lleva el tono general hacia un simbolismo posible y legendario que nos incluye también al público.

Míriam Iscla ofrece una de sus mejores interpretaciones recientes y desde una sutilidad inconmensurable llega a mostrarlo todo, abrazándolo y comprendiéndolo para, al unísono, transmitirnos esa misma capacidad. Mujer, profesora de Historia, esposa y madre. Es generosa al mostrar y conectar todas estas capas de una mismo ser. Como su personaje para el diálogo, se convierte en facilitadora excepcional de cada ínfula y resquicio argumentativo y emocional. El acompañamiento que hace para con Rosa, su personaje, es el equivalente interpretativo a una cicatrización, de la que veremos tanto el proceso de recuperación como el empoderamiento final tras semejante viaje. Abel Folk debe conseguir mostrar un proceso algo opuesto al de su esposa en la ficción. De un convencimiento fervoroso y fiel hasta el desengaño más estrepitoso pero también la sanación desde un lugar en el que el enfurruñamiento va dejando cada vez más espacio a la restitución de un calzado quizá menos idealista (pero sí realista) para tocar de pies en el suelo con su aquí y ahora y su (in)capacidad para gestionar su conflicto interno en paralelo al exterior.

Un mano a mano en el que también participan Marta Ossó y Francesc Cuéllar. La primera sabe cómo transmitir su propia encrucijada a través de un tono no por conciliador menos incisivo y profundo. Realmente persuasiva tanto a través de su mirada como de su capacidad para integrar texto y personalidad y mostrar, cuando corresponde, el vínculo propio y especial que pueda mantener su personaje con cada miembro de la familia. El segundo, juega muy bien con los silencios y balancea con éxito la dificultad de mantenerse en un estado en constante alteración y crispación con una mirada eminentemente comunicativa que lleva a su personaje (y a nosotros con él) a ver su mundo del “dentro hacia fuera” inicial a una progresiva inversión de esta dirección, también en la amplitud de miras. Cuatro trabajos que consiguen una reciprocidad constante e inquebrantable de principio a fin.

Finalmente, destacamos de nuevo la capacidad de todos los implicados para transmitir la veracidad vehicular del documento a través de la ficción (y viceversa) que requiere y al mismo tiempo delimita la función. El vínculo creado entre Casanovas y Utzet lleva a buen puerto una propuesta que, en última instancia, encuentra la mejor cara visible en un reparto cómplice y muy bien avenido. Un cuarteto muy afinado que no solo sabe transmitir a través de la palabra sino de la escucha y la actitud, tanto en lo ideológico como en los roles familiares y profesionales que representan. 

Crítica realizada por Fernando Solla

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