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02.05.2021 Críticas  
La rabia irrefrenable como antídoto contra la resignación

El Teatre Tantarantana presenta en Baixos 22 la última propuesta de Produït per H.I.I.I.T dentro de #ElCicló. Se trata de La meva violència, escrita y dirigida por Llàtzer Garcia e inspirada en Look Back in Anger de John Osborne. La ira como única opción para relacionarse con el mundo deteriorado e inservible que nos rodea.

Si hay algo que une a Garcia y Roger Torns es una visión del teatro que siempre tiene en cuenta qué papel pueden o deben jugar las artes escénicas con respecto a nuestra realidad más inmediata. Hasta ahora, el cómo ha sido particular en cada caso. Esta es la primera vez que se realiza un encargo de dramaturgia externo a la compañía y el resultado probablemente haya permitido para los integrantes de la misma la fijación del foco en el terreno de la interpretación. En lo referente a la autoría, no nos encontramos ante una adaptación estricta sino más bien ante una nueva obra a partir de la de Osborne. Más allá de la honradez en el reconocimiento, no deja de ser un acto íntegro el de mostrar las propias inquietudes a través de la lectura y compartición de referentes.

Si Osborne creó a Jimmy Porter para tomarla con la segregación clasista, la religión, la política o la prensa en una obra con fuerte impronta autobiográfica, Garcia propone un interesante reverso-díptico junto a Els somnàmbuls (el término se nombrará explícitamente en esta pieza y una de las protagonistas de aquí compartirá ocupación laboral con la de allí). Trilogía si tenemos en cuenta La Font de la Pólvora (sí, ese trabajo que pasó fugazmente por el TNC en una de las incoherencias más flagrantes de programación de las varias que ha habido esta temporada). Podríamos seguir estirando el hilo y encontraríamos referencias en anteriores trabajos como La pols o Sota la cuitat. También descubrimos fuerte presencia, incluida mediante citación y reflexión explícita, del cine norteamericano de los años cincuenta del siglo pasado a partir de un análisis del significado y connotaciones del título y el contenido de Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, Nicholas Ray, 1955). Precisamente esta película se estrenó tres años antes que la adaptación cinematográfica de de la obra de Osborne.

Del texto de Garcia destacamos la doble (auto)referencialidad y, aunque en este caso no se localiza de un modo tan explícito como en anteriores títulos, la visibilización de la ciudad de Girona como escenario donde sucede la acción. Aunque sea en interiores, esto también es importante. Además, la traslación genérica y generacional de personajes, especialmente en el caso de Jimmy a Judit, consigue incluir los vínculos socio-afectivos que la actualidad requiere de manera normalizada e integrada en las situaciones escenificadas. También la crítica, cercana a la parodia y la caricatura, del tipo de teatro elitista y exclusivista que no representa a la clase obrera y que puede verse en las instituciones «de cristal» y públicas que no nos representan. O, por lo menos, no a la realidad de ese público potencial que no saben recoger sus políticas inclusivas. La fabulación ética a partir de la imagen de la rata también está especialmente bien hallada dentro del conjunto. Motivos suficientes, todos los expuestos y más, que nos hacen pensar que de querer seguir profundizando en la obra de Osborne encontraríamos en Garcia una muy buena opción para acercarnos un título igualmente valioso y relevante como es The Entertainer (1957), escrita un año después que Look Back in Anger. No en vano, dramaturgo y personaje(s) bien podrían ocupar el «título» contemporáneo, local y revisado genéricamente de los «angry young men».

Ese estado enojado constante e irrefrenable y el choque con todas las personas y situaciones alrededor de la protagonista corporeizan la violencia titular. El peso y responsabilidad de tan complicada labor recae en gran parte en Laura Daza. La dirección de intérprete(s) apuesta por situar al personaje de pleno en ese estado dominado por la crispación más irritada (e irritante). Así debe ser y la actriz se lanza a través de una actitud iracunda y furiosa, nerviosa y convulsa hasta acercarse al espasmo. Y de ahí hasta la extenuación del propio personaje, como dibuja el texto. Como respuesta, las interpretaciones de Marta Ossó, Roger Torns y Sergi Torrecilla deben recibir y al mismo tiempo servir de contrapunto o balanza, tanto en sus réplicas como en su actitud corpórea, hasta esbozar el vínculo individual que les une hacia el personaje de Judit. Compleja también la inclusión en sus roles del vínculo a pesar del maltrato.

Tono e intención. En el caso de Torns, nos sitúa en el estado de permanente (aunque consciente) desubicación de Sebi, solo abandonado cuando interpreta sus canciones. Ossó resuelve muy bien el arco y conflicto de Lara, así su relación con el resto y el porqué de sus situaciones y relaciones. Su complicidad (y ruptura de la misma) con Daza/Judit está alcanzada por ambas con delicadeza no exenta de rotundidad. A su vez, Torrecilla demuestra una progresión medida y esmerada desde la mirada externa inicial hasta la interna, tanto hacia el conflicto como hacia la protagonista. Cuatro pilares que integran el asesoramiento en el movimiento de Maria Salarich de principio a fin.

La puesta en escena puede llegar a desconcertar en algún momento por su aparente negación de las unidades de tiempo y de lugar que propone el texto. Sin embargo, y de un modo menos luminoso a lo que vimos en Els somnàmbuls, el espacio «vacío» plantea varios «porqués» posibles. Además de la inclusión del público, el uso (en algunos momentos) del nombre propio de los intérpretes, distinguiéndolos de los personajes que interpretan, puede apostar por un singular juego de las películas similar al que nos recibe cuando entramos a la sala. La ubicación del público renuncia a la caja alargada del espacio y nos sitúa a ambas bandas, algo que desde el escenario resulta difícil de alumbrar de un modo simultáneo para las dos partes. La escenografía e iluminación de Albert Ventura podría asemejar la presencia de sillas vacías y el progresivo abandono de las mismas a la soledad y creciente sensación de deserción que siente la protagonista. Así en la intensidad decreciente y focalización lumínica. Incluso podríamos situarnos en un estado anímico similar al que vivimos en un concierto (acertada selección musical). Ruido en el que es imposible escucharse y del que necesitamos huir en algún momento y que el espacio sonoro de Guillem Rodríguez capta e incluye en la propuesta.

Finalmente, La meva violència nos ubica en un terreno interesante y que puede ser propicio para la compañía. La combinación de textos propios, hasta ahora de Torns, con propuestas encargadas a camaradas de profesión como Garcia facilitan de algún modo la duplicidad de la visión externa-interna sobre sí misma. La naturalización y la convivencia de múltiples miradas sobre la cuestión teatral no deja de ser una reflexión constante y persistente sobre su función dentro de la sociedad a la que debería querer representar. Esto aquí se plantea con honestidad y, al mismo tiempo, se despierta una curiosidad incipiente por descubrir cómo se asientan las especificidades de este proyecto en el grueso dramatúrgico de Torns, autor-director-actor que suele recoger las particularidades de sus procesos creativos y darles forma y cuerpo sin ahorrarnos las dudas y preguntas de una empresa tan compleja. Algo que vimos especialmente bien plasmado en proyectos como Hàbitat (doble penetració), Distància, Estrip-Tesi o Elefant Terrible y su asombrosa adecuación entre forma y contenido.

Crítica realizada por Fernando Solla

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