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30.04.2021 Críticas  
Calumnia, que algo queda

El Teatro Real de Madrid hace gala de su arrojo y excelencia estrenando una producción nueva de Peter Grimes. Faltan adjetivos de admiración para calificar la excelencia, no solo de la maravillosa obra de Benjamin Britten sino para alabar la apabullante propuesta escénica y artística que se despliega en unos tiempos tan convulsos e inciertos.

Clasificada como una de las mejores óperas del S.XX, Peter Grimes es una perfecta composición que nos lleva a las tripas de una sociedad que se deja llevar por los dimes y diretes. A la turba enfurecida que emite juicios populares. A un hombre desdichado por un destino inmisericorde. Un pueblo pesquero, gris y frío. Ante un mar embravecido. La música y los intensos interludios que componen el lienzo nos llevan a todo el arco emocional y desgarrador de la obra.

Benjamin Britten se vio reflejado en un poema de George Crabbe. De ahí nació esta obra maestra. En ella un hombre tosco, de un pueblo pesquero británico, se ve enfrentado a su propia manera de ser y al juicio de todo un pueblo. La desgracia y el destino provocan la trágica muerte de su joven aprendiz. Al cabo de un tiempo, con esa muerte a sus espaldas, otro niño aprendiz muere en un desafortunado accidente. Eso hace volar las elucubraciones de algunos habitantes del pequeño pueblo. Los bulos, las “fake news” hacen mella en la historia y personalidad de este desdichado hombre, que solo soñaba con tener una tienda y casarse con la maestra del pueblo.

Esta nueva producción no ha escatimado en recursos. Se ha contado para ella con Deborah Warner, quien ya nos asombró con otro Britten, Billy Budd. Aquí la puesta en escena es gris, fría, dura. Conseguida con un gran mar al fondo, y con esa barca suspendida en el aire. Es de esas escenografías que se quedan grabadas en la retina.

La orquesta dirigida por Ivor Bolton hace un trabajo excelente. Los seis interludios, que son en sí misma una composición memorable, suenan con fuerza y emoción. En esta soberbia producción todo está tan perfectamente encajado que es difícil destacar el trabajo de unos por encima del de otros.

Si hablamos de que no se ha escatimado en nada, mucho menos en la presencia del Coro del Teatro Real. Siempre nos deshacemos en alabanzas ante la excelencia del Coro, pero cuando parece que han llegado a la cumbre, van y nos sorprenden con una interpretación como la de Peter Grimes. En este caso, el Coro es un personaje más, el más maquiavélico y maleable de todos. El pueblo de Borough. La interpretación del Coro es impecable. Mucho tiene que ver la enorme dirección escénica a su servicio. Brutales imágenes como la de la taberna en plena tormenta, la masa siguiendo el son del tambor en busca de Peter Grimes, o todo el tercer acto, quedaran ya como uno de los muchos momento cumbre que nos brinda el Coro del Teatro Real.

Si ya comentamos que es tarea imposible destacar algo por encima de lo demás, lo mismo ocurre con el elenco. Encabezados por un Allan Clayton que es la perfecta personificación del pescador. Su momento cumbre en el tercer acto es de esos en que el silencio absoluto se apodera del Real. Maria Bengtsson, Christopher Purves, Catherine Wyn-Rogers, John Graham-Hall, Clive Bayley, Rosie Aldridge, James Gilchrist. Un elenco tan compacto y perfecto que funciona con precisión suiza. Aplausos y ovación más que merecida para todos ellos y los demás que dejo sin nombrar.

Peter Grimes marca un hito en la compleja temporada. Solo pensar que alrededor del mundo, muchos de los grandes teatros siguen cerrados provoca una sensación de orgullo y reverencia ante el arrojo y esfuerzo titánicos para poner en pie una producción histórica.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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