novedades
 SEARCH   
 
 

16.04.2021 Críticas  
Experiencia mística

El Teatro de la Abadía (Madrid) acoge el estreno de una producción propia tan original como excelente. Descendimiento trasciende la pintura que la inspira para convertirse en una vivencia que pasa de lo artístico y lo sensorial a lo espiritual y lo elevado de la mano de Carlos Marquerie.

La pintura, la poesía y el movimiento. La imagen estática, la palabra escrita y pronunciada y el cuerpo desplegado sobre el escenario. Tres lenguajes, tres medios que confluyen para crear algo que ya son cada uno de ellos por separado, y que juntos son más, arte. Primero el texto que la poetisa Ada Salas publicara en 2018. Segundo, la obra maestra que Rogier van der Weyden pintara allá por 1440 en Lovaina y que hoy se puede ver en el Museo del Prado de Madrid. Y tercero, lo que a partir de ambos ha ideado Carlos Marquerie y que ha llevado a escena en un despliegue de imaginación, creatividad y coordinación técnica que primero atrapa, después hipnotiza y finalmente posee al espectador.

Un auto sacramental de nuestro tiempo que más que narrar pretende generar una eclosión de sensaciones que desemboca en un estallido emocional. Una vivencia interior, más que una manifestación exterior, una revelación de algo más allá resultado de un meticuloso trabajo creativo en el que la forma no está al servicio del fondo como suele ser habitual, sino que están indisolublemente unidos. La simbiosis entre espacio escénico e iluminación (firmada también por Marquerie) se amplia con las proyecciones de David Benito y acoge como un ente orgánico la coreografía y el movimiento de Elena Córdoba, se ensalza con los colores y las texturas que aporta el vestuario de Cecilia Molano, pero al tiempo se hace sutil, delicado y minucioso con las marionetas y los objetos escénicos manejados por Carlos, David y Cecilia.

Todo ello envuelto, matizado y realzado por la música del Niño de Elche interpretada por Clara Gallardo y Joaquín Sánchez Gil, y a la que él mismo le aporta los registros vocales necesarios. Junto a ellos, Lola Jiménez, Fernanda Orazi y Emilio Tomé componen una tridimensionalidad a caballo entre lo físico y lo celestial, lo corpóreo y lo etéreo de la que la mirada, la piel y el corazón se quedan prendados por su capacidad de sugestión, la delicadeza de su belleza y la hondura de su trascendencia. Todos juntos logran que la experiencia espiritual y la aventura introspectiva esté por encima de lo físico y lo material, de su propia presencia y de los recursos escénicos utilizados.

A pesar de ser lenguajes tan diferentes, este Descendimiento teatral consigue una simbiosis total con el pictórico que alberga nuestra pinacoteca nacional. El único pero que se le puede poner, y que a la vez es uno de sus logros, es que su exquisitez es tan resultado de su concepción para el espacio en el que es representado, que dudo mucho que pueda viajar. Aunque quizás este sea el propósito de Carlos Marquerie. De la misma manera que hay una obra que solo se puede ver en el Museo del Prado, que haya otra del mismo título que únicamente se pueda disfrutar en el Teatro de la Abadía.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES