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31.03.2021 Críticas  
Feliz y deudora re-escenificación

El Mercat de les Flors ha incluido, dentro del marco Dansa. Quinzena Metropolitana, el Programa Cunningham del CCN Ballet de Lorraine. Tres piezas alrededor del coreógrafo norteamericano que abarcan un periodo histórico considerable, tanto en lo referente a su trayectoria como hacia el impacto e incidencia del artista en la sociedad.

La labor de Petter Jacobsson, director del centro, es más que loable. Nos encontramos ante un repertorio referencial tanto para creadores como para intérpretes que aquí se comparte con talento y entusiasmo. For Four Walls, RainForest y Sounddance delimitan de algun modo un skyline que nos lleva desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta mitades de los años setenta del último siglo, pasando por el influjo de la cultura pop también en el ámbito de la danza. Tres piezas que, además, reflejan la evolución e implicación del artista y el compromiso hacia su legado, a base de gestión, interpretación y repetición/recuperación. Una persistencia que también muestra la incidencia y retroalimentación de Cunningham con respecto a sus coetáneos de otras disciplinas como puedan ser la música o las artes plásticas.

De las tres piezas, For Four Walls es la que supone una variación más expresa de lo que se recuerda de la original, titulada entonces Four Walls. En su momento (1944) Cunningham diseñó una creación con texto y coreografía para la que John Cage compuso música para piano solista. Un trabajo de carácter fuertemente introspectivo que entonces nos mostraba a una familia disfuncional y del que se realizó una única representación. Para la ocasión, Jacobsson y Thomas Caley coreografían al maestro/compañero manteniendo ese espectro interior y emotivo en eterno conflicto. Se genera una atmósfera muy especial en la que de algún modo se sigue indagando en el cuestionamiento propio de la obra pero también en cómo los intérpretes se relacionan con ella. En este caso, la pianista Vanessa Wagner acompaña a las veinticuatro bailarinas y bailarines que se entregan a esta estructura basada en los contrastes y que en todo momento capta esa ruptura con el ballet más tradicional.

La exigencia aquí es la separación/re-cononexión de tren inferior y superior. Movimientos por segmentos (pélvico, espalda, extremidades y cabeza) para representar el espectro sensible y emocional del que baila. En algunos momentos tendremos la sensación de asistir a tantos solos como intérpretes hay en escena y de modo simultáneo. La escenografía y vestuario (Jacobsson y Caley, más Martine Augsbourger y Annabelle Saintier en esta última disciplina) a modo de espejos y piezas también segmentadas y móviles, así como la excelente iluminación de Eric Wurtz, propician que esta múltiple identidad se convierta en una hipnótica y simultánea realidad escénica. Una convivencia y progresión/regresión constante entre la suavidad y la gravedad verdaderamente destacable.

Algo que, obviamente, no sería posible sin el rigor, vigor, entendimiento y desempeño de Jonathan Archambault, Esther Bachs Viñuela, Alexis Bourbeau, Charles Dalerci, Angela Falk, Nathan Gracia, Léo Gras, Inès Hadj-Rabah, Tristan Ihne, Matéo Lagière, Margaux Laurence, Laure Lescoffy, Valérie Ly-Cuong, Afonso Massano, Emilie Meeus, Elsa Raymond, Rémi Richaud, Willem-Jan Sas, Céline Schoefs, Jean Soubirou y Luc Verbitzk. Intérpetes que merecen ser visibilizados y que interpretan la primera pieza en conjunto, alternado las dos siguientes del programa en función de la agenda de pases y funciones.

Las dos propuestas siguientes, Rainforest y Sounddance (que realmente puede considerarse a día de hoy una de las piezas más queridas de Cunningham) nos conectan con un posmodernismo exacerbado. Ambas (de)muestran la implicación del coreógrafo en relación a la evolución y mixtura de lenguajes, así como la conexión de lo escénico, con lo audiovisual y tecnológico. En el caso de Rainforest, la plasticidad es una de las señas de identidad características así como la desaparición irremisible de cada uno de los intérpretes a nivel individual en un momento dado de la representación. La más popular/visual y que, en su momento, contó con la inclusión de la instalación Silver Clouds de Andy Warhol. A día de hoy, la convivencia protagónica de los seis bailarines con estos cojines o globos de polietileno hinchados con helio, amplía e incluye fantasiosa y exponencialmente lo aéreo en la danza. Una escenificación de Cheryl Therrien y Ashley Chen, de nuevo en consonancia con la iluminación de Aaron Copp y el vestuario de Jasper Johns, que nos transporta a una infancia conectada tanto con los elementos naturales como más fantásticos y que sigue sorprendiendo por el rupturismo transversal que la embarga.

La persistencia prácticamente percutida de la música alcanza lo sublime en Sounddance. Innovación y búsqueda, decíamos, que aquí roza su cenit. Diez bailarines excepcionales que se muestran en todo su esplendor y una pieza que se opone rotundamente a la uniformidad del ballet clásico. Una coreografía insuperable y abrumadora que nos arrastra de un modo tan rápido como es su ejecución. Una (a)sincronía constante y que nos sitúa a un solo paso del colapso emocional y sensorial que Thomas Caley y Meg Harper han conseguido escenificar de un modo sublime. La interpretación de la música de Etienne Caillet a partir de la composición de David Tudor entre polifónica y (anti)armónica-estética sigue siendo apabullante y al mismo tiempo cómplice y acorde de la anarquía vertiginosa que parece ocupar el escenario. Un espacio firmado por Mark Lancaster (también encargado del vestuario e iluminación) que permite que todo lo descrito se convierta en una especialísima realidad. Un auténtico tour de force que las y los miembros del Ballet llevan su máximo esplendor.

Finalmente, la visita del CNN Ballet de Lorraine no solo supone una oportunidad privilegiada para disfrutar del legado de Cunningham y entender un patrimonio que todavía hoy sigue imperecedero. También nos sitúa frente a un claro ejemplo de que cuando las políticas culturales apoyan y cuidan la danza la posibilidad e ilusión de acceder a creaciones de gran formato se convierte en real y tangible. Esta vocación establece puentes entre la sociedad y la disciplina y al mismo tiempo se convierte en una fuerte herramienta pedagógica. Una re-escenificación feliz y sobretodo deudora de los ejes fundamentales de la visión de su creador.

Crítica realizada por Fernando Solla

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