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15.03.2021 Críticas  
Cincuenta años atrás

Dentro del ciclo Musas – Mujeres en la escena El Umbral de Primavera (Madrid) acoge Veneno Azul Espera. Montaje de la Compañía La Impura que nos traslada a los años 70 y presenta a través de tres mujeres el conflicto que supone siempre encontrar la manera de ser fiel a uno mismo y seguir las convenciones sociales.

La muerte de un progenitor es un punto de inflexión en la vida de cualquier persona. Un trance que se disponen a compartir tres hermanas que se reúnen en las horas previas a que su madre fallezca tras mucho tiempo sin verse las caras. Un triángulo mantenido porque mientras dos de ellas no se hablaban, la otra mantenía contacto presencial con una y telefónica con la otra. Personalidades y bagajes vitales diferentes, pero con un trasfondo que las une y las hace quererse igual que las separa y las lleva a no soportarse.

La escritura de Ale Lacour ahonda en ese enredo que son las relaciones familiares, al tiempo que boceta los condicionantes del momento histórico en que tienen lugar. Instantes rodeados de un exterior dictatorial en que ser mujer implicaba ser esposa y madre antes que individuo, satisfacer al marido y a los hijos antes que a una misma. En definitiva, oír, ver y callar, cumplir, obedecer y no molestar. Pero el silencio es siempre ruidoso y cuando por fin encuentra una grieta por la que dejarse escuchar ya no hay marcha atrás.

Lo que en un principio revelan las miradas y después se consolida con el lenguaje corporal termina fructificando en los monólogos, soliloquios y diálogos con que en Veneno Azul Espera se saldan cuentas pendientes, revelan heridas escondidas y provoca la detonación de lo hasta entonces establecido. Un texto ambicioso, bien construido y que no deja rincón sin iluminar ni puerta sin abrir y a partir del cual Gustavo Rojo ha desarrollado una propuesta basada en el choque y confluencia de planteamientos y respuestas, caracteres y puntos de vista.

Isabel Sumelzo encarna a la más apocada, sumisa y supuestamente predecible de las tres protagonistas. María Pordoy le da gesto y voz a la que oculta tanto como muestra. Y Ale Lacour se queda para sí el papel de la más díscola, aquella cuya efervescencia es también sinónimo de ausencia, deseo y necesidad. Interpretaciones correctas, aunque necesitadas de más matices y menos rotundidad, de más vivencia interior y menos imposición gestual, más  sentir y transmitir los personajes que buscar impactar al público. Algo que estoy seguro pueden conseguir, quizás fueran los nervios del estreno y sea solo cuestión de rodaje. Vayan y cuéntenoslo.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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