Dime que todo está bien, escrita y dirigida por Marcos Fernández Alonso, puede verse en la Sala Nueve Norte de Madrid. Esta comedia se desarrolla un día cualquiera en que cinco personas muy diferentes, algunos vecinos del mismo edificio, se acaban encontrando.
Dicen que las casualidades no existen. En esta obra, los personajes siempre encuentran algo en común, o algo que les separa, para volver a conectar de nuevo, en un taxi, en un piso, en una oficina o en un café.
Los personajes femeninos (Paloma Mariscal, María Segalerva, Clara Galán) abren la obra enérgicamente. Cada una de ellas a su manera y en diferentes estadios de la vida, son mujeres de armas tomar, pero también vulnerables, desconfiadas e inseguras. Sus expectativas en el terreno sentimental no se han cumplido.
Guillermo de los Santos y Marcos Orengo quizá no llevan el peso de la trama, pero sus personajes son redondos y sus intervenciones, tremendamente atractivas y divertidas, especialmente el momento de su encuentro. Aquí es donde la obra comienza a cobrar sentido verdaderamente.
El mundo del teatro y la realidad se entrelazan, no solo a través de las profesiones de algunos de los personajes, sino también a partir de Romeo y Julieta. Los cinco personajes, sin decirlo en alto, se van cuestionando si la obra que se ha identificado con el ideal del amor romántico (y el embobamiento) es, en realidad, una engañifa con un final poco o nada feliz.
Los cruces entre personajes están concebidos con mayor o menor acierto; no obstante, algunas de las conversaciones entre ellos no se retoman, quedando desaprovechadas y resultando casi incoherentes en el conjunto de la obra. Quizá este sea el propósito para enfatizar la falta de comunicación entre los personajes. Destaca, por otro lado, el momento más entrañable de la representación, en que todos los personajes en escena, ante la incertidumbre y la tristeza, deciden llamar a su madre, acudir a la familia en busca de apoyo y respuestas.
Dime que todo está bien es una obra fresca, basada en el trabajo de los actores, como las que acostumbra a acoger esta sala madrileña. Se trata de una invitación a deshacernos de los complejos y lo que ya no nos sirve; nos habla del cambio, del ciclo de la vida, de los encuentros y desencuentros, de los malentendidos, de la atracción, de las expectativas, y del amor, desde una visión tanto pesimista como esperanzadora. Y es que siempre nos queda mañana para renacer.
Crítica realizada por Susana Inés Pérez
