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22.02.2021 Críticas  
Un canto a la vida

La sala Jardiel Poncela del Teatro Fernán Gómez de Madrid acoge Hoy puede ser mi gran noche, un enérgico despliegue que juega con la realidad y la ficción para provocar carcajadas y nudos en la garganta a partes iguales.

Llevaba bastante tiempo siguiendo la pista a este montaje escrito y dirigido por las dos integrantes de la compañía Teatro en Vilo, Andrea Jiménez y Noemí Rodríguez, porque desde que me topé con su presencia formando parte de la programación del 38º Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid y viendo cómo los espectadores y la crítica se rendían él, quise formar parte de ese público entregado que Noemí Rodríguez se mete en el bolsillo desde el momento en el que pone un pie en el escenario hasta que finalmente los aplausos retumban enérgicamente tras 75 minutos de duración. Y por fin lo he conseguido.

Las expectativas era máximas y por lo que a mí se refiere se han cumplido todas. Hoy puede ser mi gran noche es mucho más que una obra de teatro y merece la pena verse en una sala pequeña para llegar a la intimidad y al corazón de los espectadores y espectadoras. La sala Jardiel Poncela de este teatro y centro cultural madrileño añade a la representación un punto de originalidad y cercanía que se traduce en una mayor conexión con el público. Noemí Rodríguez dialoga con los asistentes, cara a cara, rompiendo de manera constante la cuarta pared para generar espontaneidad y dotar de frescura a esta obra que logra crear un vínculo que emociona de principio a fin.

En este caso el alocado texto pertenece a Noemí Rodríguez, que nos hace una fabulosa radiografía de Galicia en los años 90 mientras nos habla de sueños, anhelos, ilusiones, juegos, proyectos y momentos que forman parte de las vivencias y de la memoria común de las hermanas Noemí y Darlene. Con una madre defensora de su educación y entregada a su cuidado y con un padre que va de pueblo en pueblo con su orquesta mientras sueña que, algún día no muy lejano, su hija acabe ensanchando su sombra artística mucho más allá de lo que él lo ha hecho; las dos mujeres nos sumergen en un divertido viaje por sus recuerdos.

Una mujer vestida de rojo y blanco y con el pelo recogido en una coleta, sale al escenario dispuesta a demostrar que sabe combinar humor e ingenio como pocas personas lo hacen. Noemí nos da una verdadera lección interpretativa y realiza un auténtico recital actoral evidenciando que sabe aprovechar su talento, su vis cómica y su maravillosa presencia escénica para teatralizar sus recuerdos a través de narraciones y canciones; todo ello con la compañía de su hermana, Darlene, que actúa más de lo que parece en un primer momento. Ambas desprenden mucha química y conectan en escena haciendo que todo encaje a la perfección.

Me parece muy acertado el uso de una escenografía sencilla, de la que se encarga Monica Boromello, que nos traslada de un lugar a otro sin la necesidad de grandes despliegues que nos distraigan de lo verdaderamente importante. La iluminación, a manos de Miguel Ruz Velasco, cumple perfectamente su función y toda de potencia y fuerza cada movimiento escénico. Y es que todo fluye de manera dinámica para que el público esté inmerso en este cautivador montaje que deja bastante huella.

A medio camino entre la autobiografía, el teatro documental y una representación disparatada logran combinar crítica y humor, carcajadas con lágrimas y lo inventado con lo real. No deberían perderse algo así.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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