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02.02.2021 Críticas  
El mecanismo de la comedia de tresillo por Cesc Gay

El Teatre Romea acoge la nueva incursión teatral de Cesc Gay. Tras el éxito de Els veïns de dalt, el barcelonés escribe y dirige 53 diumenges. Nombres acreditados en el reparto y una nueva muestra del conocimiento de la mecánica de la comedia popular para un título que perpetúa formato y fórmula sin apartarse en exceso del instruccionado al uso.

Sorprende la opción elegida por Gay como director de su propio texto. Sobre el papel encontramos réplicas que podrían ser (y en el fondo son) afiladas y/o profundas. En un contexto relajado como de charla de bar, de esas de café y cigarro, podríamos conciliar este libreto con el guión y posicionamiento vital de la cinematográfica En la ciudad (2003). Lo que allí era un grupo de amigos aquí se centra en la institución familiar. En ambos títulos, la apariencia desenmascara que ninguno de los protagonistas conoce demasiados detalles sobre la vida íntima de los demás. En el caso que nos ocupa las redecillas entre hermanos y, en menor medida, matrimoniales toman el relevo. Para plasmarlas se perfilan tres o cuatro personalidades más o menos opuestas, base también de la dirección de intérpretes. Brochazos en los que las distintas situaciones parecerán prácticamente una excusa o anécdota (también la aparición y abandono en y de la escena de unas y otros) para que las réplicas sean lanzadas a un ritmo vertiginoso y sincopado.

Lejos de delimitar o desarrollar un argumento progresivo, las cuadros o sketches se hilvanan con una presentación que rompe la cuarta pared, como si de una stand-up comedy se tratara. Así se entiende también la puesta en escena. La escenografía de Alejandro Andújar nos sitúa en la cocina donde se «cuece el conflicto» y la iluminación de Carlos Lucena, en combinación con el sonido de Carles Puntí, acompaña las entradas y salidas a ritmo de late night show. Como punto fuerte, reconocemos la capacidad de Gay para dibujar personajes que siempre se encuentran en un punto equidistante protagonista-antagonista con respecto los unos de los otros. En este caso, la explotación de la comedia situacional y la verbosidad que comentábamos se ahorran sutilezas y matices introspectivos para ir directos a una confrontación dialéctica que menciona sin explayarse algunas premisas argumentales que podrían servirnos de pista (véase el título, el cartel promocional, etc.).

El el terreno interpretativo, cuatro figuras cuya profesionalidad podríamos calificar de indiscutible y que realmente se escuchan y apoyan en escena, recogen y aprovechan el terreno allanado por cada uno de principio a fin. Potenciadores del gag por encima de todo, tal y como requiere la dirección, el tono variará de la elocución más desbocada (nunca desbordada) y una gestualidad y expresividad prácticamente bufa que combina con momentos algo más agudos y perspicaces. Pere Arquillué marca el tempo de cada oración cuál enunciado pulsado por un metrónomo, demostrando que se siente cómodo en este terreno. A su vez, Marta Marco realiza una interpretación enérgica y lleva a su propio terreno las directrices marcadas, aprovechando sus inflexiones y modulaciones vocales con amplitud así como un abanico generoso en ademanes burlescos. En este entorno, Lluís Villanueva se desmarca del camino de lo esperado para jugar a la mofa con su propio personaje, estableciendo una relación escénica solvente y propicia para el progreso y exposición de todo el conjunto. Por último, Àgata Roca pisa el escenario con soltura convirtiendo en clarividentes sentencias cargadas de intención todas las réplicas, gestos y movimientos. La más sutil y, al mismo tiempo, asertiva y completamente adecuada y amoldada al tono e intención generales de la pieza.

Finalmente, 53 diumenges nos sitúa en un terreno cómodo como espectadores. Un equipo solvente y compenetrado que responde en todo momento a lo que pide el texto y la dirección. Intérpretes transmisores del engranaje de esta mecánica comedia de tresillo que no se achanta ante su naturaleza y despierta las risas y carcajadas del sector mayoritario de un público que llena el teatro función tras función. Como en un ejercicio matemático de planteamiento único y donde debemos aplicar la fórmula paso a paso para llegar al resultado correcto.

Crítica realizada por Fernando Solla

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