novedades
 SEARCH   
 
 

28.01.2021 Críticas  
Interestelar y emotivísima Ermonela Jaho

El Gran Teatre del Liceu nos sumerge de lleno en el universo fantastique de Les Contes d’Hoffmann. La última ópera compuesta por Jacques Offenbach encuentra en Riccardo Frizza y Laurent Pelly a dos camaradas inestimables y en John Osborn y una excepcional Ermonela Jaho dos cabezas de cartel que llevan el peso de una propuesta tan insólita como satisfactoria.

La elección de los diálogos y versión del libreto de Agathe Mélinand resulta un acierto que encaja especialmente bien en la propuesta de Pelly por ser clarividente con respecto al original de Jules Barbier y también hacia la partitura de Offenbach. De este modo, la ópera empieza con Hoffmann en una taberna, donde recuerda su condena en forma de irremisible pasión hacia una muñeca mecánica, una cantante mortalmente enferma y una cortesana, las tres encarnadas por su actual amante. La búsqueda de consuelo formatea a su musa con la apariencia de su amigo Nicklausse, algo que encaja a la perfección en estos cinco actos, el primero y último en forma de prólogo y epílogo y los tres centrales, titulados con los nombres de cada una de las fuentes de inspiración del protagonista (Olympia, Antonia y Giulietta).

En la puesta en escena dirigida por Pelly se incide en la idea de representación, algo muy presente en el material original y que aquí cobra pleno sentido con las apariciones de una musa que lo que buscará por encima de todo es el fracaso amoroso de Hoffmann, ya que solo cuando haya renunciado al amor podrá centrarse en su talento como poeta y su legado a la humanidad. Sueños y realidad entrelazados de un modo que siempre se realza el material original y se adecúa a esta doble vertiente entre truculenta y nigromántica que propone el romanticismo francés. La alineación es tal que parecerá que cada detalle de la aproximación responde a una acotación expresa de Barbier/Offenbanch y viceversa. Esta mirada bidireccional presente-pasado está especialmente bien captada por la sobresaliente iluminación de Joël Adam y el no menos brillante diseño de vídeo de Charles Carcopino, que marca la vinculación del momento de creación de la ópera con la mirada actual y consigue especialmente en el segundo y tercer acto momentos realmente fantasmagóricos y de todas todas fabulosos.

Esto nos lleva a la escenografía de Chantal Thomas. Aprovechando la complicidad con sus compañeros Adam y Carcopino consigue trasladarnos a ese terreno entre el sueño y la vigilia hasta construir y plasmar tanto la realidad como la imaginación del protagonista. Un diseño muy bien pensado que nos sitúa en un plano multidimensional. Realidad y psique, interior y exterior. Entre lo ficticio e ilusorio, la fabuloso y la fantasmagórica se refuerza el uso y el punto de vista de la primera persona y, por si esto fuera poco, también se nos da pistas sobre que quizá lo que estamos viendo es fruto de una representación, como se insinúa en el epílogo. Un festival de oscuros y grises y también de exteriores que miran al interior y en sentido opuesto. El uso y presencia de los paneles y trampillas no solo aporta dinamismo sino que focaliza y contextualiza. Sorprende el uso de artefactos y plataformas varias en el primer y el tercer acto y, por encima de todo, un arrebatador segundo acto. Ahí es donde la producción alcanza toda su espectacularidad (bien entendida) y el juego de escaleras y barandillas nos deja boquiabiertos a la vez que favorece la comprensión y desarrollo de los personajes, especialmente el protagonista. El cromatismo lúgubre por el que acontecen los distintos ascensos y descensos, las luces y sombras, durante todo este tramo es realmente impresionante y, una vez más, cohesionador. Las piezas de vestuario del mismo Pelly (en asociación con Jean-Jacques Delmotte) nos sitúan de pleno en el romanticismo francés y evocan también algunos referentes pictóricos del siglo XIX con igual adecuación hacia el conjunto final.

Una pieza como esta requiere de un elenco experto y valiente. Por supuesto en lo vocal, pero también en lo interpretativo, ya que los recitativos y fragmentos de texto adquieren especial relevancia y la interacción con los distintos artefactos que comentamos es en algunos casos extrema. De entre todos, destacamos la labor de Olga Pudova como Olympia y la presencia escénica y vocal de Ginger Costa-Jackson como Giulietta. La primera se enfrenta a lo que se convierte en aria aérea (Les oiseaux dans la charmille) con soltura y corrección y sin obviar ni uno solo de sus requerimientos como solista a la vez que incluye una gran afinación en la expresividad corporal. A su vez, la segunda se mantiene férrea e imperturbable incluyendo texto y los fragmentos recitados en sus incursiones. Alexander Vinogradov se transforma en un antagonista de altura asumiendo el rol de los personajes diabólicos de la pieza. El bajo domina la escena en todo momento con un ademán oscuro y harto tenebroso, incluso en sus graves, hasta convertirse en el gran embajador de la visión de Pelly. Muy aplaudida también Marina Viotti con su Musa/Nicklausse, de una delicadeza exquisita y omnipresente.

En el caso de John Osborn encontramos a un Hoffmann generoso y que cumple con profesionalidad su cometido. Se alinea más que bien con los requerimientos interpretativos de la propuesta y se convierte en un compañero de categoría cuando debe compartir protagonismo sin olvidar tomar las riendas cuando así se requiere. Un gran transmisor de la musicalidad a la que sabe anteponer ante todo consciente como es que esta historia se explica por sí sola en la partitura. También la imposibilidad de amar y ser correspondido. Y, por último, Ermonela Jaho. La soprano se lleva el triunfo de la jornada con una estratosférica Antonia. De todos, la que más y mejor conecta con el dolor de su personaje y la imposibilidad de escapar de su destino. Una actuación enorme y llena de emoción que impacta en el público con pasmosa espontaneidad. Grande en recursos dramáticos y gestualidad que sabe como dosificar enfatizando su instrumento vocal sin ornamentos innecesarios hasta culminar un segundo acto del que se convierte en absoluta y rotunda protagonista. Esta interpretación y capacidad (emotiva y vocal) la sitúan al lado compañeras tan icónicas y visitas tan apreciadas en la casa como las de Iréne Theorin en Götterdämmerung (2016), Evelyn Herlitzius en Elektra (2016) y Pretty Yende en I puritani (2018).

En este escenario, Frizza consigue elevar la partitura en su totalidad. Su dirección es precisa y logra hilvanar el recorrido musical de modo impecable y culminante en la celebérrima barcarola del tercer acto. En sus manos la Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu destaca dentro de un trabajo conjunto en el que también hay que alabar la compenetración y predisposición del Cor (liderado por Conxita Garcia), que por circunstancias pandémicas debe cantar con mascarilla.

Finalmente, la presencia de Les Contes d’Hoffmann en nuestra cartelera supone un acto de justicia ante un compositor al que le debemos la creación de la opereta moderna e incluso la comedia musical, por supuesto, pero del que no debemos olvidar su implicación y desempeño en el terreno de la ópera. Con esta, su pieza póstuma y la única considerada, «seria» nos encontramos ante una obra magna que todos los implicados han conseguido transitar de un modo impecable, brillando y haciendo brillar un material de muchos quilates. Una apuesta inesperada en estos tiempos que corren que consigue atraparnos de principio a fin y que nos ofrece, una vez más, la que sin duda será una de las interpretaciones de la temporada. La excelencia de Ermonela Jaho ha provocado un estallido de felicidad en el cementerio de Montmartre. En sus manos, Offenbach puede al fin descansar tranquilo.

Crítica realizada por Fernando Solla

Volver


CONCURSO

  • COMENTARIOS RECIENTES