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27.01.2021 Críticas  
La madurez de la adolescencia

Casi tres años después de su estreno original, A.K.A. (Also Known As) llega al Teatro del Barrio de Madrid deslumbrando con la soberbia interpretación, entre la comedia y el drama, de Lluís Febrer y su perfecto encaje con el texto de Daniel J. Meyer a las órdenes de Montse Rodríguez Clusella.

A muchos un protagonista adolescente les provoca el arqueo de una ceja y un ligero y perezoso rebufo. Prejuicios, condescendencia e insolencia sustentadas en la supuesta sabiduría y experiencia de nuestra adultez, dando por hecho que un monólogo de un pimpollo en plena efervescencia hormonal va a estar lleno de afirmaciones tajantes pero imprudentes y propuestas épicas cual las de un gigante con pies de barro. Tortazo. Doble. Carlos tiene quince, dieciséis años, pero se expresa con corrección, tiene variedad de registros y su implosión solo tiene el filtro de la naturalidad.

Su vida es la propia de alguien de su edad. Amigos, familia y clases. Con el añadido de un grupo al que asiste una vez por semana por haber nacido en otro país, aunque él no ha conocido otros padres más que con los que convive -él de Murcia, ella del norte- y con los que tiene una relación fluida acotada por el uso que hace de su móvil y la pesadez puntualmente protectora de ellos. Así, la primera parte de la representación se mueve en coordenadas costumbristas a las que Lluís Febrer aporta una comicidad y fisicidad fuera de serie. Su trabajo corporal, coreografiado por Guille Vidal-Ribas, es incansable y no hay un solo momento en que no haga de él un imán con el que seguirle en sus aventuras, vicisitudes y batallas propias de quien desea llevarse por el impulso de la individualidad.

Hasta que llega el punto de inflexión en que todo se para y se rompe con la entrada en juego del calificativo de moro, del racismo, la manipulación y la maldad. Un giro de 180 grados tras el que Lluís sigue sobresaliente, dándole forma humana a todos los registros que ha ideado Daniel J. Meyer. Una escritura que sintetiza en su ficción la verosimilitud de unas incongruencias e injusticias con ecos de realidad nada sorpresivos. Febrer no se deja en el papel ni un solo matiz. Su pasión, entrega y disfrute llenan el escenario de una energía que nos atraviesa. Vaya. El adolescente liderándonos, enganchándonos y derrumbando la soberbia de nuestras arrugas y canas. Va a ser que Meyer construye un juego de espejos en el que no solo somos testigos, sino que también hemos de enfrentarnos a nosotros mismos.

Una complejidad que Montse Rodríguez Clusella presenta con una sencillez que solo se consigue con un trabajo concienzudo y exhaustivo de deconstrucción de la historia que ha llegado a sus manos para conocer todas sus aristas y realizando, a partir de ahí, la fina y pulcra reconstrucción a la que asistimos. Un tiempo indeterminado de una biografía asaltada por el destino, concentrado en setenta y cinco minutos gracias al preciso uso de la iluminación (Equipo A.K.A.) y el sonido (también labor de Meyer).

Si las circunstancias se lo permiten, pónganse la mascarilla, cojan el bote de hidrogel, sean precavidos al ir y al volver, pero no dejen de conocer a Carlos. No se arrepentirán. En sus tres años de vida este joven ha ganado ya tres Premios Teatro Barcelona, cuatro Butaca de Cataluña y dos Max. Y se sigue comiendo el mundo. Casi nada.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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