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25.01.2021 Críticas  
Los niños se hacen mayores

Éramos unos niños que escuchaban música en su cuarto, de Quemar las naves, se ha podido en el DT Espacio Escénico de Madrid durante tres días consecutivos. Se trata de una original y musical pieza, experimento escénico o recital, performance en gran parte, interpretada por Itziar Manero y Carlos Pulpón, que seduce por su honestidad y tono nostálgico.

Leemos en una pantalla un texto que nos pone en situación: volvemos a ser adolescentes, solos, en nuestros cuarto, mientras escuchamos música. Se nos habla de canciones que no escuchamos. Los dos intérpretes, Itziar Manero y Carlos Pulpón, las hacen a su manera, experimentan con los sonidos, con instrumentos que no se tocan, guitarras que chocan con cuerpos, con altavoces, entre ellas.

El texto, la poesía sale por donde quiere. Durante los saltos o en la quietud de la exploración, de probar a entender, de silencio. Se proyectan imágenes de músicos de todos los tiempos, sus nombres, fragmentos de sus conversaciones que terminan por formar un todo; más que inspirar, atrae la rabia, la inestabilidad, el agotamiento, incluso la liberación.

Predominan los cuerpos y la presencia de los intérpretes, que se expresan con naturalidad, hablando de temas tales como la soledad, el suicido o el primer amor, de un pasado que ya no volverá, que se desea recuperar e ignorar al mismo tiempo. Quizá aquellos músicos, su música, sus conciertos y sus letras serán siempre una parte de su ser, pero su vida y muerte prematura no fue, en muchos casos, el mejor ejemplo. Aquellas fantasías, quizá, solo estimulaban la imaginación, el narcisismo y el negocio.

La entrada en el mundo adulto es, me atrevo a decir, el detonante de Éramos unos niños que escuchaban música en su cuarto. Tarda en enganchar al espectador esta pieza, al menos durante los primeros momentos o “canciones”. Quizá sea nuestra tremenda manía de tratar de entender, nuestra parte más convencional o racional la que se impone. Lo que sí intuimos en todo momento es que los jóvenes intérpretes rezuman poesía y ganas de expresar.

El vínculo con el espectador se genera poco a poco y, al final del espectáculo, nos gustaría quedarnos más tiempo compartiendo el mismo espacio, escuchando vinilos y hablando de la vida, de los miedos, del miedo a sufrir y la tendencia a la cobardía, a desaparecer. Le parecerá al espectador al final del espectáculo que se le ha revelado algo muy íntimo, que se ha librado una batalla entre el mundo interior de uno y los ruidos del exterior, que Bola de Nieve es, a su vez, Lou Reed y Patti Smith y otros cientos, que Bilbao es un mundo, que el texto es el cuerpo y el silencio y la historia inconfesable de cada uno.

Crítica realizada por Susana Inés Pérez

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