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15.01.2021 Críticas  
El corazón en un puño

Jonas Kaufmann y Helmut Deutsch convirtieron ayer el Teatro Real de Madrid en un lugar lleno de sensibilidad, delicadeza e intimidad con su voz y sus manos al piano interpretando piezas de varios de los más grandes compositores europeos.

Continuando el recital de Joyce DiDonato y antes de que le llegue el turno a Javier Cámara, Kaufmann se ganó a los espectadores con un recital en dos partes de clima muy diferenciado. Más lúdico, amoroso y dialogante el primero, más hondo, emocionante y cautivador el segundo.

Con su hipnótica gravedad, el tenor alemán comenzó el concierto con una composición bucólica de Schubert invitándonos a entrar en lo campestre y dejarnos rodear por la naturaleza. Un sentimiento de placidez que dio paso a la siempre pícara diversión de Mozart tras pasar por la serenidad de Beethoven. Perfectamente acompasado con su compañero austríaco (quien fuera su profesor), adoptó el tono popular de la partitura de Silcher para comenzar el in crescendo que poco a poco fue acallando toses, envoltorios de caramelos y hasta movimientos en las butacas.

Quien ya cantara en el escenario del Teatro Real en 1999 (en la ópera La clemenza di Tito) y en 2018 (en un recital) demostró la capacidad de crear atmósferas adaptando sus cuerdas vocales a las exigencias de Mendelssohn, Schumann y Listz. La claridad de su timbre hacía que todos los espectadores parecieran uno solo escuchándole interpretar a Grieg, Bohm y Zemlinski.

El arranque de la segunda parte hizo que lo que había parecido bueno pasara a ser el aperitivo de lo que estaba por venir. La resonancia emocional que comenzó con los lieds de Schubert y Brahms, en los que cada nota de voz y golpe de percusión quedaba flotando en el ambiente, fue transitando hacia una delicadeza cuya belleza tornaba más y más impresionante a medida que se sucedían el romanticismo de Dvořák, la ligereza de Chopin y la sensualidad de Chaikovski.

El summum se inició con Mondnacht de Schumann enlazado con Allerseelen de Richard Strauss. Para entonces el clima alcanzado parecía ser mágico, un tiempo que continuó suspendido con dos poesías del esloveno Hugo Wolf y la inspiración e intención sinfónica de Gustav Mahler. Compenetración total entre pianista y tenor, conexión absoluta entre intérpretes y público. Aplausos, bravos y bises.

Crítica realizada por Lucas Ferreira

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