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15.12.2020 Críticas  
Dos almas ambulantes

En la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español de Madrid se ha estrenado El beso, obra del dramaturgo holandés Ger Thijs, traducida y adaptada por Ronald Brouwer, con dirección de María Ruiz y protagonizada por Isabel Ordaz y Santiago Molero.

La pandemia obligó a cerrar los espacios culturales en nuestro país pero el teatro siempre sobrevive a todos los males y va retomando poco a poco su actividad mientras logra recuperarse de este gran apagón cultural. No hay nada que estimule más la imaginación teatral que una realidad tan confusa y llena de incertidumbre como la que vivimos actualmente y por eso mi reencuentro con este teatro, perteneciente al ayuntamiento de la capital, ha sido mágico. Lo había echado mucho de menos.

El beso es la historia de dos completos desconocidos que caminan sin saber que van a encontrarse. Ella va al hospital en busca de unos resultados clínicos mientras que él explora la naturaleza con el objetivo de lograr la inspiración que le falta. El azar les llevará a compartir parte del camino y a mantener interesantes conversaciones que son el pilar fundamental de este texto lleno de ágiles diálogos que no dejan indiferente a nadie. Digamos que es una obra que más que narrarse se vive, un teatro desnudo que a veces es dulce y en otras ocasiones es amargo pero con mucha humanidad y con un ritmo lento que va directo al corazón de los espectadores y espectadoras.

Sobre las tablas dos actores muy conocidos en teatro y televisión: Isabel Ordaz y Santiago Molero. Con la experiencia que tienen ambos era sencillo pensar, antes de entrar, que sus interpretaciones iban a ser magníficas pero mis expectativas no han acabado de cumplirse. La actriz madrileña representa perfectamente a esta mujer que habla para desahogarse, con una peculiar forma de entrecortar las frases y repetir algunas sílabas y sonidos, acompañando cada una de esas palabras con los gestos de su cara, sus manos, sus piernas… Se mueve como pez en el agua con admirable facilidad para transmitir emociones y para ejecutar una labor tan impecable como la que tuve ocasión de disfrutar en He nacido para verte sonreír bajo las órdenes de Pablo Messiez. El actor toledano está correcto, se desenvuelve bien con su personaje aunque le cuesta arrancar pero una vez que pone en marcha el motor todo fluye y ambos logran conectar. El público (¿o seré yo?) parece esperar algo más de esta última actuación que no logra convencer en determinados momentos.

Aprovechan muy bien el espacio escénico que está provisto de pocos elementos –un banco, y unas ramas- pero suficientes para demostrar que sacan el máximo beneficio a cada recurso. Por otro lado, algo que me gusta de la Sala Margarita Xirgu es la cercanía e intimidad que propicia con el público gracias a su reducido tamaño. Se trata de un lugar acogedor y sencillo que permite al espectador introducirse rápidamente en la historia y apreciar bien de cerca el trabajo interpretativo de Isabel Ordaz y Santiago Molero.

Dejando de lado las interpretaciones y la escenografía diseñada por Elisa Sanz, la iluminación, a cargo de Felipe Ramos, logra ambientar perfectamente la sencillez de la vida misma que nos hace reflexionar sobre lo que está sucediendo frente a nosotros.

Una obra que se va desgranando poco a poco y que a lo mejor no todas las personas digieren fácilmente pero que a mí me resulta una de las propuestas más interesantes de la cartelera actual.

Crítica realizada por Patricia Moreno

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