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20.12.2020 Críticas  
Maravillosa traslación dramática del concepto de reverberación

El Teatre Tantarantana ha transformado el espacio de Baixos22 en un retablo de vírgenes como potente símbolo y estampa de la invisibilización de la mujer. La segona Eva aúna el talento (y talante) de Marta Aran como directora y dramaturga para la culminación de la compañía El Eje dentro del programa El Cicló.

Autoría y dirección basadas en una maravillosa traslación dramática e ideológica del concepto de reverberación. Sonidos (leamos ideas) producidos por reflexión y que permanecen después de ser emitidos. Designios y convicciones que amplifican su potencia incluso cuando se pudieran reflejar en algún obstáculo (véase cualquier resquicio del patriarcado que pueda ocupar el patio de butacas). A este respecto, Aran siempre ha sido y es desobediente. Hacia temáticas, formatos y aproximaciones. Todavía recordamos el impacto de La noia de la lámpada o Els dies mentits y su imborrable utilidad. Con La segona Eva nos adentramos de pleno en el maltrato psicológico contra las mujeres y la incapacidad de la sociedad en general y de una macabra por reconocible y tóxica santísima trinidad del poder dominante (legal, eclesiástico y «sentimental») en particular para reconocerlo y denunciarlo como tal.

El alcance de la pieza refleja, además de la de la protagonista, varias luchas que vemos también en la estructura, naturaleza y relación de y entre los personajes. Por la liberación real y contra el patriarcado que margina dentro de sistemas sociales y culturales donde la dominación masculina (blanca y heterosexual) prevalece y persiste. Esto se traduce en la asignación de oficio/profesión para cada personaje. Protagonistas femeninas en roles no tradicionales (fotógrafa, abogada…) que no pueden ver reconocida su «feminidad» en la ejecución profesional o que por lo menos se encuentran con trabas u oposición de una sociedad/entorno que contrapone sororidad a «profesionalidad». Mujeres que no verán reducidas la profundidad de su personaje a un rol dependiente, sexualizado o encorsetado (madres de…, hijas de…, esposas de…) y que vivirán el conflicto dramático que parte de casos individuales para promover el bienestar de todas y por tanto de la comunidad de la que forman parte. Evitando la violencia y el ataque para solucionarlo sin por ello renunciar a una trama contrastada (incluso a un thriller) donde el misterio, el suspense, la sorpresa y la revelación se utilizan en la estructura argumental y dramática de un modo completamente integrado con la dimensión, trasfondo y análisis sociológico.

En este caso, Aran consigue distanciarse lo suficiente de su faceta de autora y se dirige encima de un modo fantástico. Utiliza todos los recursos que ofrece la puesta en escena para crear imágenes potentísimas que amplifican si cabe las resonancias de una puesta que propone grabados o viñetas en vivo a partir de una insólita representación de los símbolos, alegorías e iconografía cristiana. Esto lo ha entendido a la perfección la escenografía de Sara Espinosa y Albert Ventura, así como la iluminación del segundo y el vestuario de la primera. Un pack conjunto y especialmente bien avenido con los requerimientos y necesidades del texto y que, de paso, acompaña y favorece a las intérpretes de un modo relevante, pulcro y solícito. El juego entre los elementos escenográficos fijos con los móviles y también con la interacción y el movimiento de los personajes por el espacio es brillante, ocurrente y podríamos decir que ilimitado. Una auténtica fantasía que transforma un retablo o altar vacío en una apoteósica pasarela de vírgenes. Efigies que cobran vida y ocupan el escenario con su cuerpo y su voz. Y, de paso, una lección magistral de economía escenográfica que aprovecha y exprime al máximo los medios de los que dispone y resuelve las necesidades de la propuesta generando una valiosísima riqueza artístico-social.

Muy hábil también el uso del vídeo, tanto a nivel estético como dramático, ya que se ofrece la posibilidad de dar voz en imágenes a TODAS las víctimas de esa violencia no física tan bien simbolizada y referenciada. Un(os) cuerpo(s) que hasta entonces había estado inmovilizado a causa del barniz (ojo a la metáfora de la miel) y relegado(s) a habitaciones cerradas y alejadas de la vista de la parroquia, también de espectadoras. Imagen, luz y sonido superpuestos. Formatos que «re-formatean» los habituales y conviven con pasmosa tolerancia y buen entendimiento y de paso condensan en escasos minutos toda una reflexión de cómo lo popular transforma en icono su necesidad de rendir culto a alguien o algo. El altar también de las redes sociales explicado a través de la ocupación de la protagonista (y la posibilidad de utilizarlo de un modo benigno y saludable). Por el dominio e inclusión de todos estos elementos con los éticos sentiremos que nos encontramos ante alumna aventajada y que bien podría compartir mirada, exploración y uso de la finalidad del teatro para con la sociedad a la que refleja y a la que se dirige con las de Caryl Churchill y sus Top Girls (1982) y con la Política Sexual de Kate Millet (1970).

La construcción y desarrollo de los personajes humaniza por igual sin pasar ninguna acción por alto (lo que decíamos antes de la no-violencia). Denuncia en forma de toma de consciencia para todas las que compartimos función, ya sea desde el escenario o desde la platea. La autora vuelca todo su trabajo de investigación sobre tres casos de violencia no física y la reacción y juicio del entorno en una personaje protagonista y tres que funcionarían como satélites a su alrededor. Así se han entendido las interpretaciones sin que ninguna renuncie a explicarse a sí misma ni a las demás mediante el diálogo y la interacción. En este sentido, Òscar Intente dibuja a un sacerdote perfectamente reconocible como tal sin caricaturizar lo más mínimo y dimensionando siempre su rol teniendo en cuenta su papel catalizador en el relato. A su vez, Eric Balbàs compone un personaje de modo y actitud apacible, incluso sensible, sin esconder toda la carga que el cisheteropatriarcado supone para el «hombre de a pie». Una labor compleja que sabe resolver en las escenas que protagoniza. Mar Pawlowsky juega muy bien con la intención de las réplicas que pronuncia y muestra los sentimientos encontrados entre el deber moral, la ideología y la sumisión a unos intereses con vigor y consistencia. El descaro rupturista de las tres con el tono mostrado ante el momento culminante de la comitiva virginal resulta impagable.

Juntas configuran otra pasarela, la de las trabas que encuentra el personaje de Maria Hernández Giralt para poder realizar su denuncia con libertad. Una interpretación que, sin duda, demuestra una madurez interpretativa muy hermosa de presenciar. La actriz parece haber asimilado lo aprehendido de anteriores propuestas y personajes para (de)construir tanto los miedos y angustias vitales como el inconformismo ante tan injusta situación haciéndonos pasar por todos los estados de ánimo, desde los más explícitos hasta los intrínsecos, hasta llevar el peso de la representación de un modo excelente.

Finalmente, la labor de Aran en general, y con La segona Eva en particular, logra superar la necesidad para adentrarnos en el terreno de la posibilidad. El cambio de paradigma es posible porque se planta ante nosotras y sobre un escenario. Y por último, por abordar las grandes contradicciones de la humanidad desde una vertiente crítica, actual, militante y feminista y convencernos de que no puede ser de otra manera. Por no adaptar los clásicos para exponer por sí misma sus propias ideas. En definitiva, por no esconderse tras las palabras de otros y dar siempre la cara con sus textos y propuestas. Por su gestión persuasiva de la ideología y su rotunda dosificación dramática… Por todo esto, celebramos la valentía de esta dramaturga, directora (y actriz). Porque cuando ella siente la necesidad de decir algo y encuentra su particular estilo para hacerlo siempre consigue engancharnos y convertirnos en espectadoras activas y que escuchan. El qué y el cómo que acompañan a un porqué dramático que cobra todo su sentido en escena para después generar un remanente perenne e inalterable, prácticamente espiritual, en cada persona-individuo que forma esa curiosa y a menudo inclasificable agrupación humana a la que llamamos público. Una fantástica manera de crear diálogo sobre el teatro feminista contemporáneo desde la misma y ejemplar práctica dramatúrgica.

Crítica realizada por Fernando Solla

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