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03.12.2020 Críticas  
La ambición desbordada

Son muchos los motivos por los que esta versión del clásico Macbeth merece ser visto y disfrutado. Por ser un homenaje a Gerardo Vera, por ser el primer montaje dirigido por Alfredo Sanzol en el Centro Dramático Nacional bajo su dirección, y por ser un montaje que apabulla por su grandiosidad.

Este Macbeth que ahora ocupa el Teatro María Guerrero tenía que haber sido dirigido por Gerardo Vera, un maestro y genio del teatro de nuestro país y que tristemente falleció hace escasas semanas debido al virus que tanto daño nos está haciendo. Gerardo tenía avanzado ya el diseño de escenografía, el elenco, la versión y la intención que quería darle a este Macbeth. El trabajo de Alfredo Sanzol, ayudado por José Luis Collado que a la vez firma la adaptación, y por José Luis Arellano ha sido trasladar al escenario lo que el maestro Vera hubiera querido ver. Los tres estaban muy unidos al maestro y, aunque nunca podremos saber lo que la excelencia de Gerardo hubiera producido, podemos estar seguros y convencidos que este Macbeth se parece mucho a lo que tenía que haber sido y que Gerardo está satisfecho con el resultado.

Hablar de Macbeth es hablar de ambición y de muerte, de sangre y corrupción, de poder que pudre y de culpa que no se expía. No vamos a entretenernos en el argumento pues es de sobra conocido. Al fin y al cabo nos encontramos ante uno de los textos más famosos del teatro mundial, y ante unos personajes que Shakespeare hizo icónicos, tanto Macbeth como Lady Macbeth.

Versionar un texto así es tarea ardua, y José Luis Collado avezado en estas lides lo consigue con nota. Ha hecho una versión ágil, viva, con garra y lenguaje certero. La escenografía diseñada por Gerardo Vera es de esas que se recordará durante tiempo. Hacía años que el María Guerreo no albergaba algo tan apabullante. El diseño se desborda del escenario, tal y como la ambición y la sangre desbordan el relato. Un diseño que aprisiona al elenco y lo escupe hacia el público. El bosque, las colinas, las almenas. Todo se ve en el diseño. La luz de Juan Gómez-Cornejo crea la noche maldita y sus sombras asesinas. Mención aparte para las proyecciones de Álvaro Luna que añaden grandiosidad al montaje. Quizá el vestuario se nos queda un poco por debajo de la propuesta. Sudaderas y ropa holgada en una pátina de grises y marrones no parece ser la mejor opción ya que le restan excelencia a la pensada propuesta. No puedo dejar de mencionar la música y efectos creados por Alberto Granados que consiguen erizar el vello en más de una ocasión.

Un elenco generoso en número y en talento invade el escenario. Ni más ni menos que diez actores y dos actrices. No es frecuente tal número de intérpretes, dando idea de que estamos ante algo excepcional. Carlos Hipólito se consagra con su interpretación de Macbeth. Nadie dudamos del talento de Carlos, pero a muchos nos ha dejado boquiabiertos con esta interpretación que debería reportarle no pocas alegrías. La transformación del personaje es brutal. Desde que la semilla de la ambición se planta en su corazón hasta que esta brota con terribles consecuencias. Sus dudas, sus deseos, le consumen poco poco, con la cadencia del tiempo que se le escapa. Carlos hace una interpretación agotadora y magistral, de esas que se recordaran tiempo y que debería saldarse con una ovación en pie por noche. Lady Macbeth es Marta Poveda que se deja la piel en un personaje tan difícil como atractivo. Es tan malvada, tan desmedida, que el viaje debe ser doloroso y así lo trasmite Marta, a la que ya le conocemos sus tablas y que aquí una vez más las vuelve a reafirmar.

No podemos hablar uno por uno de todo el elenco, pero me detendré en Álvaro Quintana como Malcom. Tiene Álvaro tanta verdad, tanta humildad y ternura convertida en rabia, que consigue que la platea sea ese ejército que le sigue para hacer frente al malvado Macbeth. Otro de los grandes personajes de esta historia es Banquo, interpretado por un enorme Jorge Kent, que atina en la composición de ese personaje que ve como la corrupción va entrando en el alma de su amigo Macbeth. Agus Ruiz es Macduff, que nos regala una emotiva escena junto a Malcom. Completan el amplio reparto Alejandro Chaparro, Markos Marín, Mapi Sagaseta, Fernando Sainz de la Maza, Chema Ruiz y Fran Leal. Todos en sus intervenciones, ya sean estas más o menos extensas reman a favor de que la producción sea inolvidable.

Este Macbeth debería ser recordado, no solo por ser el merecido homenaje a Gerardo Vera, sino porque supone volver a ver algo rompedor y grande en el Centro Dramático Nacional, institución que tiene el presupuesto y la maquinaria para este tipo de montajes y que debería ser el mascarón de proa del teatro en nuestro país. Producciones así, que evidentemente nos apasionarán a muchos y no gustaran a otros tantos, pero que son de innegable calidad, son las que generan afición, público, debate apasionado y sobre todo nos recuerdan que el teatro es necesario para seguir ambicionando el futuro.

Crítica realizada por Moisés C. Alabau

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