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03.12.2020 Críticas  
El feminismo y la ecología

La suculenta programación del 38 Festival de Otoño en Madrid no ha hecho más que aumentar las ganas de teatro en esta época de incertidumbre y el formato en streaming ha sido mi opción para ver Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra mientras era representada en la Sala Cuarta Pared.

Ante la situación excepcional que vivimos y la limitación de movimientos en algunas zonas de la capital, El Festival de Otoño presenta una nueva plataforma virtual para disfrutar de su programación y eso me parece todo un acierto aunque suponga perderse pequeños detalles de lo que sucede sobre las tablas. En este caso, la escenografía de Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra consta, entre otras cosas que comentaré más adelante, de una pantalla en la que se proyectan frases y diálogos que salen cortados o eclipsados por los focos que se reflejan sobre la cámara.

El nuevo proyecto de María Velasco relaciona la violencia sexual con la violencia sobre el medio ambiente. Una contundente realidad que no deja indiferente a nadie. El teatro no sólo está para entretenernos, también es una herramienta de transformación social que fomenta la reflexión, la participación y el espíritu crítico con los modelos dominantes en nuestra sociedad. Me gusta mucho que su único objetivo no sea el de entretener a los espectadores y espectadoras pero debo decir que yo, personalmente, me enganché mucho mejor con los mensajes de esa joven sometida día a día a numerosos ataques machistas porque sé que tengo las emociones a flor de piel de tanto reivindicar que las mujeres vamos a hacer todo lo posible para impedir que el patriarcado siga ejerciendo su violencia sobre nosotras. Qué bonita lección sobre el mundo emocional de tantas y tantas chicas que María Velasco sabe transmitir con contundencia.

La obra es el resultado de una compenetración prácticamente perfecta entre las interpretaciones, la música –Peter Memmer-, la danza –Joaquín Abella-, la escenografía – Marcos Carazo– y las artes visuales – Elena Juárez. A lo largo de los 100 minutos que dura la función todos avanzan hacia una simbiosis auténtica entre las diferentes disciplinas.

Todas las interpretaciones son notables y van adquiriendo cuerpo pero el trabajo de Laia Manzanares merece el calificativo de soberbio. Despliega toda su artillería interpretativa para dotar de voz y movimiento algo que no se antoja fácil, representa con maestría un texto cargado de fuerza y logra finalmente sobrecoger al público. La actriz catalana nos regala momentos de energía interpretativa que emergen de su voz y de su cuerpo. Fran Arráez da un paso más allá e interpreta a varios personajes y de distintos perfiles, demuestra una versatilidad asombrosa. Por otro lado, Beatrice Bergamín se alterna entre un personaje y la narradora y junto a Miguel Ángel Altet completa el sobresaliente elenco. Entre todos consiguen que el ritmo no decaiga en ningún momento aunque, a mi parecer, la obra tiene más fuerza en su segunda mitad.

Otro de los aciertos es que se apuesta por una sobria escenografía que nos traslada de un momento a otro sin la necesidad de grandes despliegues que nos distraigan de lo realmente importante. Todo muy bien acompañado y sustentado por la iluminación, Irene Cantero y Víctor Colmenero consiguen jugar con las luces y sombras como si estas fueran compañeras de reparto de todos los demás actores y actrices. Además, se introduce una gran pantalla en la que se van realizando una serie de proyecciones que acompañan el transcurro de la obra pero que en la plataforma virtual no acaban de apreciarse bien. Qué lástima.

En definitiva, unas grandes interpretaciones que engrandecen un contundente texto que nos invita a reflexionar tras ver la función. ¡Cuánta fuerza tiene el teatro!

Crítica realizada por Patricia Moreno

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